Apariencias...
Recuerdo en
cierta ocasión, en que estábamos un grupo de alumnos y alumnas en el paseo
marítimo de nuestra localidad, practicando Qi-gong y Kung-fu, cuando en un
descanso, se nos acercó una señora de unos 30 años y acento sudamericano, que nos
había estado observando un rato, y le preguntó a una chica del grupo:
“¿Quién es
vuestro profesor?”…
A
lo que mi alumna, señalándome a mí, contestó:
“Es aquél de
allí”…
Y la buena
señora, se vino a donde yo estaba sentado, apartado unos metros del resto del
grupo.
“¿Vos sos el
profesor?”, me preguntó con su peculiar acento porteño y cierto aire de
incredulidad, mirándome de arriba abajo con desdén…
“Pues sí, soy
el profesor de este grupo, gracias. ¿Qué se le ofrece?”…
“Pero, ¡si vos
estás muy grueso!... ¿Cómo vas a ser el profesor?”, continuó con su voz, algo
aguda y chillona.
Sin molestarme
en absoluto por su comentario despectivo hacia mí, le contesté en tono de
humor:
“Bueno, alguna
cosilla sé… a lo largo de mis 25 años de experiencia he podido aprender algo,
¿No cree?”…
Resumiendo,
resulta que esta buena mujer decía ser “Maestra 4º dan de Taiji” (aunque no
sabía decirme de que estilo o escuela). Que impartía clases privadas a un grupo
de extranjeros de la zona. Para justificarlo, me mostró unas fotos –que llevaba
a modo publicitario- en las que se la veía con un precioso traje de Taiji de
seda, en una postura, para mí desconocida y poco armoniosa, que parecía copiada
de un catálogo de los Playmovil. En otras fotos estaba con una malla muy
ajustada, demasiado, creo yo, realizando posturas de Qi-gong. Por supuesto
desconocía lo que significaba el Tui-shou. Cuando la invité a hacer una pequeña
demostración de su Taiji, –costumbre entre los Maestros chinos- me dijo que era
imposible sin su uniforme, y que, además no podía mostrar sus conocimientos a
extraños sin nivel (literalmente). Eso sí, me dio una exhaustiva “lección de
marketing” sobre cómo debía ser un Maestro de artes marciales. Labia no le faltaba a la muchacha, y no porque
fuera argentina, que eso no es relevante. Al final se marchó, invitándome,
tarjeta mediante, a una de sus clases maestras (también literalmente) previo
pago, claro. Por respeto no me eché a reír, aunque me entraron ganas de llorar.
Esto fue real…
Esta es solo
una anécdota que ilustra lo mucho que la gente en general, tiene un exagerado
apego a la imagen personal, y a lo que queremos vender como lo que somos. Afortunadamente
no todos los profesores son de este calado, aunque es cierto que hay muchos que
van de grandes maestros ante sus ignorantes seguidores.
Hoy en día, pondría
esta señora en su sitio, o como menos, la pondría en evidencia. Considero que
no se puede engañar así a la gente, por mucho que haya personajes ignorantes
que se conformen con una práctica tan superficial que casi da risa.
Ya no tengo la
paciencia de antaño. Incluso me cuestiono si la virtud de tener paciencia se ve
incrementada con el paso de los años. Ahora mismo no lo creo, aunque quizás se
trate de una etapa más en mi vida, de la que debo aprender algo. Seguramente
será algo así.
No es que
pierda la compostura ante situaciones que me exasperan, que no lo hago, si no
que es cansancio de ver la incongruencia de la gente. La profunda incapacidad
de aprender nada por sí mismos, de observar nuestro entorno y ser conscientes
de la realidad. Cansado quizás de la evidente y cada vez más extendida
incoherencia de todos nosotros. O de la mayoría. Y eso es extensible, según mi
criterio, a todos los ámbitos de la vida.
Cansado de
repetir por enésima vez un consejo –que me han pedido- sin que mi respuesta
tenga repercusión alguna, o se cambie algo para mejorar determinada situación o
hábito o problema. De que se repitan una y otra vez los mismos errores y que,
encima, se traten de justificar en vez de afrontar el fracaso y empezar algo
nuevo.
Cansado de
escuchar de boca de ignorantes –expresión semántica sin sentido peyorativo para
mí-, la palabra “Maestro”, cuando ni saben lo que significa, ni les importa realmente
su sentido y relación conmigo. Me llaman así, pero no respetan lo que pueda
enseñarles o mostrarles. Otra incoherencia más…
Muy hastiado
de ver día a día como se destruyen valores, o de cómo éstos son
sistemáticamente despreciados. De cómo esa falta de valores está minando
nuestra sociedad, donde las cosas aparentan ir bien, o regular, según quien te
lo quiera vender, pero que todos sabemos que adolece de muchas cosas. Que
vivimos en una sociedad que produce infelicidad en cantidades industriales,
favoreciendo la ignorancia en pro de un materialismo sistemático, que solo crea
frustración. Frustración e infelicidad, esa extraña sensación que muchas veces nos
invade y que desliza una pregunta en nuestra mente, que ni sabemos muy bien de
donde surge y que nos pregunta, a veces insistentemente “¿Qué estoy haciendo
con mi vida?”…
Y nos quejamos
de todo y por todo, en vez de ponernos de verdad a cambiar actitudes.
Porque, cuando
pregunto a muchos sobre su estado anímico, sobre su ser, sobre si están
contentos con lo que son, casi todos me contestan que no. Y en sus miradas, de
pronto se refleja cierta profunda y dolorosa tristeza…
Veo como se
enaltecen las llamadas nuevas tendencias o tecnologías, sin tener en cuenta el
grave problema de fondo que nos crea y que no queremos entender, a pesar de que
lo podamos intuir.
Y cansa. Y la
paciencia, que no es infinita, se agota. Harto de aguantar a gente que ve que
está haciendo algo mal, muy mal incluso y no hace nada por evitarlo. Porque,
¿Hay mayor estupidez e ignorancia que justificar nuestros errores, en vez de
reconocerlos y tratar de cambiarlos?... No hay más tonto que el que no quiere
aprender.
Constato en
las clases como los niños de hoy, son mucho más torpes que los de hace 20 años,
que tienen menos aguante, menos disciplina y menos capacidad por aprender
movimientos que impliquen una coordinación psicomotriz. Las habilidades
motrices se van debilitando, por el sedentarismo y la poca atención que se es
capaz de mostrar. Eso sí, hay una extraordinaria habilidad para manejar todo
tipo de aparatos electrónicos, pero una manifiesta incapacidad por coordinar
tres movimientos seguidos. Esto hace que el aprendizaje sea cada vez más lento,
más improductivo.
Hace poco, un
alumno me explicaba cómo le sorprendía ver a un niño de corta edad manejar con
habilidad un teléfono móvil. Le parecía algo extraordinario; Vamos, que el niño
era un “máquina”… Pues a mí, esas cosas no me sorprenden en absoluto; Todo lo
contrario, casi me dan pena. Me sorprendería más ver a ese niño desenvolverse
con soltura en relación con otros niños o personas mayores. Que mostrara
empatía emocional. Porque conozco casos en los que el chico es un lumbrera con
la tecnología y se pasa horas enteras con su móvil y ordenador, pero luego es
incapaz de mantener una conversación con un semejante. No se relaciona
socialmente ni sabe cómo hacerlo si lo sacan de su ámbito de los video-juegos…
Cuando surgen
problemas de índole emocional, no se saben manejar porque la educación
emocional ha desaparecido por completo, nadie enseña nada en ese sentido. Así,
todo conflicto surgido en ese ámbito, por muy pequeño e insignificante que sea,
causa una gran frustración y un problema mayor. No se saben abordar…
Pero volvamos
al ámbito del Kung-fu…
Cuesta
horrores que tres niños se coordinen entre sí, pues carecen cada vez más del
sentido de cooperación, de trabajo en grupo. Y da igual la de veces que se
repita. Esto tiene una relevancia extraordinaria a unos ámbitos muy diferentes.
Demuestra que hay un latente egoísmo en cada uno de nosotros, de que solo en
situaciones extremas somos capaces de cooperar para sacer algo adelante. La
individualidad está por encima del colectivo. Y nuestra sociedad del consumo
fomenta precisamente estas actitudes.
Ya no tengo
paciencia, no… o muy poca. Se ha ido desgastando con el paso del tiempo. Y eso
me lleva a la paradoja de llegar a ser intolerante con los intolerantes.
Porque, ¿Hasta qué punto uno puede permanecer impasible con gente que,
inconsciente o no, hace daño a los demás, a la naturaleza, a los animales, o
incluso a sí mismos? ¿Con gente que sigue robando y engañando amparados en
estamentos políticos o de poder?... ¿Cómo se puede ser paciente con tanta
injusticia social, con los deshaucios, con las personas que pasan hambre?...
Será sin duda
que tengo que aprender, a volver a fortalecer mi paciencia, a trabajar con mi
creciente intolerancia y desarrollar más la compasión…
¡Ohú, Qué
difícil!...
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