Se trata de compromiso


Hace apenas unos días que acabo de mantener una conversación telefónica con mi maestro Shi Yan Ao, del monasterio Shaolin, con quien hacía tiempo no hablaba. Ha sido, dentro de la charla sobre diversos temas, una conversación emotiva en algunos aspectos, que me han hecho reflexionar profundamente. Siempre me siento enormemente afortunado de poder compartir estas cosas con alguien que en muchos aspectos admiro y me sirve de referente en caminos de la vida.

Cuando me ha preguntado sobre la marcha de la escuela y los discípulos, en realidad no sabía muy bien qué contestar, pues estos conceptos para nosotros revisten otras connotaciones muy especiales y distintas de lo que suele significar para el público en general. Esto ha motivado que hoy me haya propuesto de tratar de reflejar aquí mis reflexiones y preocupaciones al respecto.

Hay momentos en que de una manera metafísica vuelves la vista atrás y tratas de analizar la trayectoria de la escuela y de mí mismo como responsable. Tratas de ver quienes siguen tu camino y te acompañan en este proyecto de vida. Y trato de hacerlo con la ecuanimidad de quien comprende las vicisitudes de los cambios de los tiempos en esta sociedad. Y aun así, lo que puedo ver, no es agradable a los ojos del corazón…

Si bien hay alumnos en la escuela –pocos- metafóricamente éstos son como un cesto lleno de suculentas frutas de plástico, que si bien agradan a la vista, no te sirven de alimento. Los que nos dedicamos a la enseñanza tradicional, a la transmisión de valores a otros, tratando de aportar algo positivo a esta sociedad, buscamos algo más en los alumnos.

Me pregunto hasta qué punto es positivo y necesario adaptarse a los cambios del tiempo, a las nuevas tendencias sociales, cuando ves que esos cambios no son para mejorar nada, sino todo lo contrario; nos llevan inexorablemente al fracaso de los valores y conforman una sociedad en la que todos nos quejamos de cómo están las cosas, pero seguimos inmersos en el proceso de alimentarla con lo que precisamente la convierten en lo que es. Doblegarme de alguna manera a estos cambios y tendencias es contribuir, no solo a que todo siga igual, sino a que las cosas vayan cada vez peor.

Esto me crea cierto desasosiego y tristeza, que parece querer minar mi estado de ánimo e ilusión en seguir adelante. Pocos, muy pocos pueden comprender los sentimientos que vuelan por mi mente y corazón en situaciones así…

Recuerdo entonces la ceremonia del Paishi que yo realicé en su momento en tres ocasiones con varios maestros y lo que ello significó y significa para mí. Y recuerdo, como no, la ceremonia de aceptación de discípulos que realicé en mi propia escuela no hace mucho tiempo atrás con algunos alumnos. Una ceremonia cargada de simbolismos, tradición ancestral y mucho corazón. Una ceremonia auspiciada y respaldada por mis maestros del monasterio.

De aquellos alumnos que la realizaron, solo uno queda que no ha roto su palabra y mantiene el vínculo con  la escuela y conmigo. Los demás, por unos motivos u otros, han abandonado el camino, rompiendo así su promesa realizada, demostrando con ello que su palabra no tiene valor alguno. Las razones pasan casi a un escueto e insignificante segundo término, porque con ello hemos despreciado el valor tradicional y ético que tiene esta ceremonia. Posiblemente no estaban preparados para afrontar lo que esto suponía, que es una relación muy especial de por vida, y por ello no les ha supuesto ninguna dificultad abandonar este camino y romper su palabra. Una palabra que quedó plasmada por escrito en el manifiesto que entregaron en su momento al maestro y que queda como testigo mudo de su incoherencia y falta de compromiso y sinceridad. Aun sabiendo que nada es permanente, hay cosas que marcan tu camino para siempre en muchos aspectos y, lamentablemente, pasamos por alto su profundo significado.

Algunos incluso se permiten poner en tela de juicio mi capacidad para enseñar, pero son incapaces de asumir su propio fracaso en el camino emprendido, que no saben la relación tan estrecha que tiene con sus vidas cotidianas.

Pero esto parece ser una tónica general en nuestra sociedad occidental, donde los valores éticos y morales parecen haberse difuminado entre la niebla de la mediocridad y superficialidad que nubla nuestros sentidos y ensombrece nuestro corazón. Una sociedad donde hablar de ética y moral, del valor, la honestidad y el compromiso serio, parece ya casi anacrónico. Parece no haber consecuencia de tales comportamientos, pero eso no es más que un error más de comprensión. Todo tiene un efecto en nuestras vidas, cuya causa muchas veces no sabemos identificar, pero tarde o temprano, acabamos ‘pagando’ por ello, nos guste o no. Lo comprendamos o no.

No importa con quien sea un compromiso; Con un amigo, con tu pareja, tu trabajo, con la federación, con la escuela, con tu maestro, y con quien es más importante: contigo mismo… Cuando se da nuestra palabra, adquirimos un compromiso, que supuestamente es para cumplir lo pactado. De no hacerlo, de incumplirla de manera continuada, ¿Qué valor tiene nuestra palabra entonces? ¿Qué credibilidad tenemos como ser humano ante los demás? ¿Cómo puede funcionar una sociedad así?

Asistimos a una profunda y dolorosa sequía de valores, donde solo unos pocos aun riegan, nutren y mantienen vivos los árboles de la vida que dan coherencia y sentido paradigmático a lo que hacemos todos. Muchas veces, estas personas no alcanzan a ser grandes líderes; Ni siquiera buscan serlo… Aunque esto no sabemos ni siquiera reconocerlo, siguen estando ahí y de ello alimentamos con algo valioso nuestra maltrecha alma y conciencia. Nos aportaría cierta dignidad, mostrar un mínimo de respeto y agradecimiento hacia ellos. Pero esto solo sabe reconocerlo y hacerlo los que ya llevan dentro esa semilla de sabiduría. Solo éstos son capaces de llamar a alguien “Maestro”, con el compromiso y respeto que merece esta palabra.

A ciertas alturas de la vida, uno tiene que tomar decisiones propias en muchos aspectos y no seguir una rutinaria forma de actuar, inconsciente e incoherente, que nos conduce a la indiferencia, pasividad e inamovilidad, impidiendo que la ilusión mueva el motor de nuestra práctica. Esta actitud nos lleva inexorablemente a abandonar el camino recorrido hasta entonces, como han hecho algunos en la escuela.

Por ello, ahora cuando mira atrás, siento esa tristeza y desaliento en el corazón. Un proyecto de escuela, un proyecto de vida que se pierde en el horizonte de mis pies… ¿Quién es capaz de seguir trabajando en mi línea, mi estilo y escuela cuando yo ya no esté? ¿Quién, a través de la práctica del Kung-fu, se está formando como artista marcial, como persona?... ¿Quién antepone la práctica y aprendizaje del Kung-fu –sin dejar de lado sus demás obligaciones- a otros aspectos de su vida?

Quedan alumnos en la escuela, si, a veces más y otras veces menos, que van fluctuando entre las circunstancias de la vida. Y todos son valiosos, sin duda alguna, pero igual que llegaron se van. Algunos pocos siguen con el tiempo, pero no se acercan a las tradiciones, se mantienen a una distancia prudencial –por las razones que sean- y acaban estancándose en su inamovilidad e incomprensión profunda de la filosofía del Kung-fu. Siempre se quedan a las puertas de las expectativas que tenía sobre ellos.

Pero no abandono, porque en mis 41 años de prácticas nunca lo he hecho, y me quedo con el valor de quien si sigue ahí, destacando sobre todos los demás con su fuerza y compromiso. Hablo sin duda alguna de Shi Heng Long, un guerrero pacífico con el espíritu del verdadero dragón de Shaolin. Un discípulo que sí sabe lo que significan las palabras que mencioné antes porque las pone en práctica en su día a día y en su relación con la escuela, con el Kung-fu y conmigo. Un discípulo que mantiene vivas las tradiciones que implican, entre otras muchas cosas, ser aceptado como tal por un maestro, por el linaje de una escuela tan importante como es Shaolin. Esto confiere un enorme valor inmaterial y humano a quien lo hace de corazón y a quien lo otorga con el alma. Y da también un profundo sentido a tu práctica, asentando unas sólidas bases que se mantendrán ahí, resistiendo las tempestades y adversidades de la vida. Ya lo dice un antiguo dicho en el ámbito de las artes marciales chinas:

“Quien honra a su Maestro, se honra a sí mismo”

Demuestra con su actitud una coherencia de palabra y actos, mantenida a lo largo del tiempo, alimentando continuamente la ilusión del aprendizaje y la humildad de la enseñanza. Te hace comprender los valores profundos del respeto hacia tu escuela, tu maestro y hacia ti mismo. Le da valor y sentido a los conceptos de la confianza bien entendida, del verdadero porqué de tu práctica y conecta con tu yo más íntimo.

Solo ahí podrás descubrir el terreno por el que se mueve el tigre de Shaolin y subir la montaña en la que reside el espíritu del poderoso Dragón.

Solo así puedes alcanzar a sentir el corazón del Guerrero pacífico… y eso cambiará toda tu vida.

Shi Yan Jia

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