Trabajo duro (1)

            El kung-fu de Shaolin tradicional es mucho más que espectaculares y acrobáticos movimientos, realizados con velocidad impresionante. Mucho más que un traje naranja o gris, más que unos asombrosos gestos imitando animales. Es sobre todo una actitud, una profunda enseñanza, basada en principios budistas y en la moralidad marcial. Pero ante todo, es un largo camino que no solo engloba aspectos externos, sino también un intenso trabajo y desarrollo interno.

            Precisamente de este largo y duro camino, se asustan muchos y abandonan apenas comienzan la andadura. Algunos aguantan cierto tiempo, pero al final también abandonan. Porque no se trata de ninguna manera, de alcanzar determinado grado en algunos años de prácticas. Ni obtener certificados ni diplomas. No se trata de llegar a ninguna parte. Se trata de cambiar la dirección de nuestra mirada. Se trata de un trabajo con uno mismo, y eso requiere, entre otras cosas, paciencia y perseverancia.

No es suficiente leer unos cuantos libros y comprar algunos videos. Así es imposible interiorizar las enseñanzas de Shaolin. Quienes quieran realmente adentrarse en el camino para aprender Kung-fu tradicional, deben hacerse a la idea de muchos años de entrenamiento, quizás de por vida. Los títulos o graduaciones no tienen aquí importancia alguna. No son ninguna meta a superar. El objetivo es el conocimiento, el desarrollo personal y la paz interior.

Es obvio que en nuestros tiempos, muchos desean obtener de manera rápida y cómoda sabiduría y conocimiento. De este deseo viven muchos que ofrecen seminarios, cursos y enseñanzas que venden como churros. Es un buen y rentable negocio. Así podemos encontrar por ejemplo, cursos que ofrecen en apenas un par de fines de semana, un título de profesor o maestro de Reiki, Taiji o Qi-gong. Muchos Maestros se asombran y preguntan qué se puede aprender en tan corto espacio de tiempo, aparte de una serie de movimientos superficiales. Sobre todo cuando muchos de ellos, se han dedicado por más de treinta años a adquirir la técnica de base, antes de poder siquiera llegar a dominarla. Esto nos viene a confirmar que, hay que erradicar la palabra ‘rápido’ de nuestro vocabulario, si queremos realmente adentrarnos en este difícil camino.

Esto es así, sobretodo en occidente, donde la vorágine de una sociedad acelerada y superficial, busca los resultados rápidos en casi todo. Se ha convertido en una actitud ante la vida, donde solo parece importar el resultado, aún cuando éste sea irrisorio e ínfimo. Pero nos educan para conformarnos con lo mediocre, elevando esto al estatus de algo importante. Cuentan las apariencias, más que la esencia de las cosas. Así, el consumismo y mercantilismo también se ha colado e instalado en las artes marciales llamadas tradicionales, aun cuando éstas disten mucho de asemejarse a las que de verdad están sumergidas en su filosofía.

En el Kung-fu tradicional, el estudiante aprende del Shifú, su Maestro, dentro de una estrecha relación similar a la de Padre-hijo. Incluso aquí, aparte de la sólida relación, se necesita sin duda tiempo. Sería absurdo que el Maestro enseñara todos sus conocimientos de golpe al discípulo. Éste se vería completamente desbordado con tanta información y no podría desarrollar todos esos conocimientos de manera correcta, porque jamás podría comprenderlos. Sería como pretender verter todo el líquido de una tetera en una pequeña taza. Incluso los padres no transmiten sus experiencias y conocimientos de una vez a sus hijos. Los niños se van desarrollando, adquieren experiencia y se equivocan, lo que va añadiendo nuevas experiencias a sus vidas. Y así van evolucionando. Y también aquí vale la premisa de que el desarrollo requiere de tiempo.

El estudiante necesita tener paciencia y confianza en que su Shifu sabe lo que hace. Que sabe perfectamente cuando es el momento de subir un escalón, de ir un paso más allá. En occidente es muy común que los estudiantes quieran aprender lo más rápidamente posible nuevas formas. En cuanto han aprendido por completo una forma (Taolu), quieren pasar de inmediato a la siguiente. Tienen la sensación de que ya conocen la forma, cuando en realidad, solo conocen el desarrollo de la misma, su estructura y orden, pero en realidad no saben nada de la misma. Pero existen en cada forma, en cada técnica, innumerables detalles que comprender y perfeccionar. Y eso solo tras mucho entrenamiento exhaustivo, tras miles de repeticiones y experimentación de sus detalles. Cada movimiento, cada técnica puede tener muchas aplicaciones posibles que hay que comprender y desarrollar. A eso añadimos la respiración, la dinámica, el ritmo, la estabilidad, el enfoque, la velocidad, y muchas cualidades más. Así, dominar una forma, puede requerir años de práctica. En China se habla de Wu y Wu Xing. Wu hace referencia al punto de tiempo cuando uno comienza algo y su posterior desarrollo. Eso no significa que lo dominemos. Solo cuando llevamos tiempo en su práctica y lo hemos interiorizado todo, solo entonces se habla de Wu Xing.

Solo a través de esta práctica continua y su estudio profundo, se van adquiriendo las herramientas necesarias que hacen cambiar nuestro ser, nuestro espíritu y nos forjan como verdaderas personas coherentes con el sentido de la vida. No hay secretos; Ese es el único secreto.

Aprender un Taolu, podríamos equipararlo a aprender una canción. La mayoría de estudiantes aprenden una canción de memoria, y además en un idioma que no comprenden. Con mucha práctica incluso podemos lograr que suene bien, que la pronunciación y el tono sean correctos. Pero aún así, el estudiante no sabrá que está diciendo la canción. No la comprende porque no domina el idioma en que la canta. Por lo tanto, no se trata solamente de aprenderse de memoria una canción. Hay que estudiar su idioma para comprenderla. Y eso, de nuevo requiere tiempo. Pero como recompensa ofrece la posibilidad de comprender lo que estamos cantando. Y eso es lo mismo con el Kung-fu, con los Taolu. No basta con repetirlos y memorizarlos. Hay que comprender y estudiar su profundo sentido real. Solo así lograremos hacerlo nuestro. Solo así se produce una verdadera enseñanza y un aprendizaje correcto.

Los principios fundamentales del Kung-fu han de ser estudiados e interiorizados. Porque cuando espíritu y cuerpo van al unísono, no hay problemas de equilibrio. Cuando la naturaleza humana está en desequilibrio, pueden surgir enfermedades o, en el caso literal de una Forma, perder el equilibrio en un movimiento o gesto. En la práctica del Kung-fu, se puede comprobar fácilmente, mediante tres pasos si estamos en equilibrio o en armonía. Es una manera de auto-control que nos permite ver y analizar si nuestros movimientos son correctos o no, y si no lo son, qué es lo que falla.

El primer paso sería comprobar si técnicamente estamos trabajando bien y si ello encaja bien en la dinámica corporal. Si este primer punto no encaja, podremos comprobar cómo tampoco en el segundo punto, la estabilidad y el centro de gravedad, las cosas no están bien. Y cuando estos dos puntos no son correctos o no funcionan, el tercer punto, el desarrollo de la intuición nunca podrá entrar en armonía, no podrá tener fluidez ni encontrar la dinámica ni el ritmo adecuado. Así nos quedaríamos siempre en la práctica de las repeticiones sin fundamento, sin progreso real de los movimientos. A eso denominamos “movimientos vacíos de intención”. Nos quedamos en el ámbito del ‘hacer’ y no alcanzaríamos la esencia, el ‘ser’. Y esto último es de suma importancia si deseamos movernos con soltura y libertad, donde los movimientos corporales no parecen tener dificultad. Cuanta más soltura tengamos en nuestros movimientos y gestos, más concentración podremos lograr. Cuerpo, mente y espíritu deben trabajar al unísono, y eso solo puede surgir si hemos comprendido los movimientos de base. De lo contrario, nos quedaríamos en la ejecución de técnicas correctas, pero sin contenido real. Esto se puede apreciar cuando algunos competidores aprenden una forma de Shaolin para competir, pero no trabajan nunca las bases ni el Jibengong. Se nota que falta algo…

Tampoco basta con aprender todas las aplicaciones de una forma. Es mucho más que eso. Debemos lograr entrar en el estado del observador de nuestros gestos, y no quedarnos solo en el del ejecutor. Cuando no me observo, entonces no tengo noción real de lo que hago. Cuando me observo, entonces puedo descubrir los fallos y estar así en constante evolución. Tengo una presencia y una intención en la forma. Ya no está vacía. Es así como de pronto nos encontramos inmersos en la dinámica de la enseñanza tradicional de Shaolin.

Aprender una forma y comprenderla y dominarla, son dos cosas completamente diferentes. Y esto es de las primeras cosas que aprendemos en China. Días enteros y miles de repeticiones de una misma forma, o a veces solo parte de la misma, es lo habitual allí. Y el Maestro solo te observa, sin comentar nada, y muchas veces sin corregir nada. Pasar esta etapa de entrenamiento repetitivo, muchas veces solitaria, es parte del camino de formación del estudiante. Aquí podremos observar tu voluntad de trabajar, tu pasión por lo que haces y tu persistencia. Aquí se ve si de verdad quieres emprender este duro y largo camino; Si de verdad tienes voluntad de seguir. Quienes solo busquen los superficial, lo externo y las apariencias de las fotos, pronto se rinde y lo deja. Aprender una forma tiene sus momentos altos y bajos y hay que saber atravesarlos todos con voluntad de hierro, sin desfallecer. Eso tuve que aprenderlo – y sufrirlo – en mi propio cuerpo. No hay otro camino…

La primera forma que me enseñaron en el monasterio, fue la forma Tong Bei quan. Cinco días, uno tras otro, a seis horas diarias tuve que practicar y repetir los primeros tres o cuatro movimientos. De vez en cuando pasaba el Maestro y corregía algún detalle y se volvía a marchar. Seguro que, desde alguna parte me observaba. Tenía la sensación de que a los veinte minutos, ya conocía y dominaba perfectamente esos movimientos. Pero no era así: Llegaba el Maestro y me decía que siguiera repitiendo lo mismo. Creo que fuero los días más largos de mi vida. Por supuesto, al día siguiente, los dolores musculares se dejaban notar, hasta el punto de querer largarme de allí. Pero había algo en mi corazón que me hizo seguir allí. Y muchos años después, logré comprender el porqué de este método de enseñanza.

Posteriormente, años más tarde, mi Maestro comenzó a enseñarme la forma Chang Hu Xin Yi Men, una forma superior, bastante compleja. Yo estaba entusiasmado, como un niño pequeño con un juguete nuevo. Entrenaba en el pequeño patio detrás de su vivienda en el templo. Lejos de las miradas de turistas. Un espacio diáfano, sin ninguna comodidad. O a veces en una explanada que hay detrás de los muros del templo. También aquí tuve que repetir incontables veces el inicio de la forma, un día tras otro. Siempre tenía la sensación que me podría enseñar más movimientos, ya que los dominaba perfectamente. Pero no era así; al día siguiente, tenía dudas de si era éste movimiento o el otro. Y así, más repeticiones de lo mismo, hasta casi llegar a aburrirme. Pero logré darme cuenta de lo difícil que es llegar a dominar un movimiento, hacerlo interno y que formara parte de ti mismo. Solo así se dominaba una forma.



Es un camino duro, muchas veces fatigoso y cansino, que pone a prueba tu voluntad. Pero de eso se trata precisamente en el Kung-fu tradicional. No se trata de mostrar un espectáculo a otros, sino de un verdadero camino de auto-realización.

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