NIÑAS ADULTAS
Suena a hipocresía que la sociedad se lleve las manos
a la cabeza cuando se plantea el debate de la sexualización cada
vez más temprana de la infancia, sobre todo
de las niñas. Una sociedad que dice que observa pasmada las
fotos que las adolescentes y preadolescentes cuelgan en sus redes sociales, la
ropa que visten, el maquillaje que aparece cada vez más pronto. Sólo con
observar alrededor queda claro que los más jóvenes beben de un mundo en el que
se ha producido una hipersexualización generalizada,
donde la sexualidad se ha puesto en el centro con unas connotaciones muy
concretas.
En los
vídeos musicales, la publicidad, las series o la moda aparece en muchísimas
ocasiones este telón de fondo de la hipersexualización (sobre todo de la
mujer), los cuerpos como reclamo y como mercancía. En este contexto, en una
cultura también muy visual, señala Begonya Enguix, antropóloga y profesora de
la UOC, se añaden las redes sociales y el uso que hacen de ellas los chicos y
chicas cada vez más jóvenes. Una redes sociales mediatizadas, indica, por la
imagen, ya que es la imagen que se proyecta en ellas, la que estructura las
relaciones y la convierte en una medida del éxito.
Desde
edades muy tempranas (que puede empezar incluso antes de los diez años) se
atisba el peligro de crecer bajo la falsa creencia de que el éxito social está
vinculado a la imagen, explica Amàlia Gordóvil, profesora de Psicología y
Ciencias de la Educación (UOC), y se corre el riesgo en estas edades de perder
una serie de valores fundamentales como la espontaneidad, el disfrute o la
creatividad.
En los
niños se percibe menos porque en este mundo de la infancia se trasladan también
los roles de género de los adultos, pero las niñas sí que pueden acabar a la
larga actuando como objetos sexuales. Es decir, indica Begonya Enguix, asumir
un sistema de relaciones de género en el que ellas están para agradar al chico,
al hombre.
La
traslación al mundo de los más jóvenes de esta sociedad hipersexualizada afecta
al desarrollo natural de las etapas de la vida, altera el crecimiento durante
la infancia, indican los expertos. Las niñas sobre todo aparecen situadas en
una falsa madurez que no entienden, rodeadas de mensajes de contenido sexy que
puede desembocar en una falta de seguridad, en la construcción de jóvenes
frágiles que se sentirán obligadas a librar una batalla con su cuerpo en busca
de un ideal inexistente.
La vida
centrada en la mirada del otro resta autonomía personal y quemar etapas vitales
para niños y niñas, recuerda Gordòvil, psicóloga en el centro GRAT, afecta a la
autoestima. Y la separación entre la conducta sexual y la afectiva puede
plantear en el futuro problemas relacionales.
Hablar de
una sociedad hipersexualizada no es hacerlo desde la mojigatería. Se entiende
que la sexualidad es libertad y es necesaria también una información sexual
adecuada para los más jóvenes. Asimismo, la adolescencia tiene un pulso
reivindicativo que se expresa también en las formas de vestir, un momento en el
que se producen cambios físicos, la propia imagen cobra importancia y es lógico
querer gustar. Pero esto no es sexualización.
La
sexualización consiste, según un informe del Parlamento Europeo, en un enfoque
instrumental de la persona mediante la percepción de la misma como objeto
sexual al margen de su dignidad y sus aspectos personales. “La sexualización
supone también la imposición de una sexualidad adulta a las niñas y los niños,
que no están ni emocional, ni psicológica, ni físicamente preparados para
ello”, se indica.
Precisamente
el Parlamento Europeo abordó este debate hace cuatro años cuando constató con
alarma el aumento del número de imágenes de niños con enfoque sexual. Los
puntos trabajados en la comisión de Derechos de la Mujer e Igualdad planteaban
algunas reflexiones sobre las consecuencias de esta erotización, en un trabajo
que abarcaba de los seis hasta los trece años.
La influencia negativa de la sexualización
en la autoestima, se señalaba, puede llevar a trastornos de alimentación de
base psíquica. Y se alertaba, sobre todo, de que este peligro de auto-objetualización
“incrementa la posibilidad
de conductas agresivas hacia las niñas”. Degradar el valor de la mujer,
se subrayaba, contribuye a un incremento de la violencia contra las mujeres y
al refuerzo de actitudes y opiniones sexistas que a la larga acaban derivando
en discriminación laboral, acoso sexual e infravaloración de sus logros.
COMISIÓN DE
DERECHOS DE LA MUJER E IGUALDAD DEL PARLAMENTO EUROPEO
Asimismo,
se ponía el acento en el creciente número de niños y niñas que acceden a
internet a edades cada vez más tempranas, lo que supone también avanzar el
primer contacto con la pornografía.
En el libro American girls (2016),
su autora Nancy Jo Sales explica a través del testimonio de decenas de chicas
estadounidenses una sociedad en la que todas (pequeñas, jóvenes, mayores)
quieren parecer hot. Y donde los sexting rings –en los que fotografías de
adolescentes desnudos se comparten en amplios grupos– existen en la mayoría de
institutos. Entre otras cuestiones, la autora indica que los niños
estadounidenses empiezan a ver pornografía en internet a los seis años, y que
la gran mayoría lo han hecho antes de cumplir los dieciocho.
La
hipersexualización de la sociedad es un hecho, señala la profesora Begonya
Enguix, pero también se debe remarcar que a la par crece la conciencia crítica
y la denuncia. Tuvieron repercusión internacional las críticas a Vogue cuando
utilizó en el 2011 a una modelo de diez años con ropa y poses de mujer adulta.
Desde entonces, la publicación se comprometió a no utilizar modelos menores de
dieciséis. En una escala muy distinta, hace unos días las redes reaccionaban
contra un disfraz infantil de enfermera sexy que se vendió el año pasado en San
Blas (Madrid).
Es evidente que no toda la sociedad compra esta
hipersexualización, pero también es obvio que los mensajes se encuentran por
todas partes y, por tanto, se filtran en todas las edades. En su estudio El cuerpo de las mujeres y la sobrecarga de sexualidad,
la profesora de Sociología del Género (Universidad de A Coruña), Rosa Cobo
Bedia, indica que el contexto en el que se produce esta hipersexualización es
un “mercado libre y sin límites que ha entendido que los cuerpos de las mujeres
son una mercancía de la que se extraen plusvalías necesarias para la
reproducción social de los patriarcados y el capitalismo neoliberal”.
Entre
otras cuestiones, Cobo indica que tras el éxito del feminismo radical en EE.UU.
llegó una dura campaña antifeminista que cuajó en los años noventa con una
alianza entre la reacción patriarcal y el neoliberalismo que tuvo “graves
consecuencias para las mujeres” en términos de subordinación y explotación
económica.
Pero este
discurso patriarcal, explica, no sólo reclama la vuelta de las mujeres a la
vida doméstica y la exaltación de la maternidad, sino que apela también a la
sexualidad femenina. Se apropia de la libertad sexual de los años 60 y 70, pero
vista como un “derecho natural” de los varones. Y se rediseña así el ideal de
feminidad incorporando elementos explícitos de sexualidad. Bajo el paradigma de
la libertad sexual lo que se produce es una ampliación del “marco de derechos
masculino”.
ROSA COBO BEDIA
Profesora de Sociología del Género
Cobo
considera que el atractivo sexual se ha convertido en parte fundamental del
nuevo modelo que se exige a adolescentes y mujeres adultas, imágenes
sexualizadas que eclipsan otros tipos de representación femenina. Esta presión
para que las mujeres hagan de su cuerpo y de su sexualidad el centro de su
existencia se manifiesta en una cultura de la exaltación de la sexualidad, en
la pornografía y en la prostitución, señala la profesora. La mujer, de nuevo,
despersonalizada bajo el discurso de que la sexualización forma parte de la
naturaleza femenina.
Pero esto
ya no es suficiente. El dominio masculino y el neoliberalismo, indican las
expertas, han puesto en el mercado los cuerpos de las niñas. Sólo cabe por
tanto la reacción crítica.
La
edad y las pasarelas de moda
El debate
sobre la edad en la que las chicas modelos pueden subir a las pasarelas ha
prendido también en el mundo de la moda y ha llevado en los últimos años a
elaborar distintas recomendaciones. El CFDA (Consejo de Diseñadores Americano)
aconsejó en el 2012 que la edad mínima para desfilar fuese de 16 años, un
consejo que surgió después del estudio realizado por The Model Alliance. Esta
plataforma surgida para reivindicar y vigilar los derechos de las jóvenes que
trabajan en el mundo de la moda realizó una encuesta entre 240 modelos. Los
resultados indicaron que la mayoría (un 54,7%) empezaron entre los 13 y los 16
años, mientras que un 37,3% lo hicieron entre los 17 y los 20 años. La encuesta
también reveló que una mayoría de las chicas menores de 18 años nunca o casi
nunca están acompañadas por los padres o algún tutor durante su trabajo.
La
fundadora de The Model Alliance es la exmodelo Sara Ziff, quien conociendo por
dentro la profesión decidió dar un paso al frente para denunciar una industria
desregulada en la que no se tiene en cuenta el bienestar emocional de las
jóvenes. Y donde, a su entender, las lucrativas carreras de unas pocas
supermodelos esconde las duras condiciones económicas de las demás. Ziff
denuncia que el acuerdo sobre los 16 años se rompe en muchas ocasiones.
La
reflexión del Europarlamento
1. Contexto. El
Parlamento Europeo abordó el debate sobre la sexualización de la infancia
(sobre todo de las niñas) en el 2012. Cinco años antes lo hizo en Estados
Unidos la Academia Americana de Psicología por lo que se considera un problema
social que sigue vivo.
2. Violencia. Entre
sus advertencias, el Parlamento indica que las manifestaciones de sexualización
de las niñas, que pueden llevar a la autoobjetualización incrementan la
posibilidad de conductas agresivas hacia ellas. Degradar el valor de la mujer
contribuye al aumento de la violencia.
3.
Definición. La sexualización no es sinónimo de sexualidad sino que debe
entenderse como un enfoque instrumental de la persona mediante la percepción de
la misma como objeto sexual, siendo valorada en función de su atractivo
personal, Supone también la imposición de una sexualidad adulta a los niños,
sobre todo a las niñas, que no están preparados ni emocional, ni psicológica ni
físicamente para ello. La sexualización choca con el desarrollo natural y
saludable de la sexualidad.
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