Causa - efecto...
La ley de causa-efecto en nuestra sociedad
Últimamente
se están dando numerosas noticias sobre el notable incremento de todo tipo de
violencia en nuestra sociedad, paradójicamente llamada civilizada. Una
violencia que no por repetitiva y conocida, deja de sorprendernos. Acabo de
verlo en las noticias; Unos impresentables matan a un chico de una patada en la
cabeza en una discoteca, en medio de varias decenas de personas que no hicieron
nada por evitarlo. Para más notoriedad, el tipo que le da la patada, es
practicante de MMA.
Atentados
en nombre de dioses ilusorios, perpetrados por fanáticos seguidores con las
mentes cegadas por la ignorancia, se disparan por doquier sin que nadie pueda
impedirlos, el terrorismo va ganando terreno a la libertad porque tenemos – lo
queramos reconocer o no – miedo.
Asesinatos,
violencia de género, agresiones absurdas, acosos escolares, maltrato animal, violaciones,
abusos de todo tipo y en todos los ámbitos. Estafas, robos, intimidaciones,
injusticias, etc. Todo parece hervir en un caldero a punto de explotar, y eso
sin contar las manifestaciones catastróficas de la naturaleza, en las que en
gran parte tenemos algo que ver el ser humano.
La gente
anda crispada y salta a la mínima. Por cualquier cosa. El diálogo, la
paciencia, la tolerancia bien entendida, se han perdido y parece imperar la
idea generalizada de que todo vale y que las cosas no tendrán consecuencias.
Hemos perdido el norte en una sociedad que promulga lo mediocre como un logro y
tacha de retrógrada cualquier idea de ética y de valores. Cosas de las que
luego, cínicamente, nos quejamos de que no estén presentes.
Creo
sinceramente que estamos en un estado fallido. Un estado que se supone debe
cuidar de sus ciudadanos para que vean sus necesidades básicas cubiertas. Pero
el desequilibrio y la desigualdad social son evidentes. Se protegen sin tapujos
los intereses de los que más tienen, porque el objetivo, sobre todas las cosas,
es mantenerse en el poder. Y el poder se compra y se vende.
Así vivimos
en este país, en una sociedad donde se producen una media de 45 intentos de
suicidio al día, 10 de ellos con resultado de muerte. Esto debería hacer
pensar, de que algo se está haciendo rematadamente mal.
Se pretende
educar a los niños sin interferir en su personalidad, alejados de la idea del
castigo de cualquier tipo, no vaya a ser que el niño se nos traumatice de por
vida. Pero, ¿Cómo se enseña algo a alguien sin interferir? Que me lo expliquen
los legisladores lumbreras que en su momento pusieron sobre la mesa, la ley de
protección del menor. Simplemente es una quimera, una ley y corriente de
pensamiento sobre la educación que se ha visto, ha traído más malestar y
problemas que soluciones. Es, de alguna manera una gran mentira e hipocresía
social, mantenida por aquellos que se dicen de mentalidad moderna y el silencio
cómplice de todos los que la aceptan sin más, por comodidad o por miedo.
Así, creo
que los niños de ahora, la juventud –con honrosas excepciones – está perdida,
carente de valores, de referencias positivas para desarrollarse como personas
responsables. Se habla mal, se escribe peor, se abusa de drogas y alcohol, se
esgrimen actitudes muy negativas, no hay comunicación real, se genera una
angustia muy profunda y unas mentes dispersas, incapaces a veces de ver dos
metros delante de sus narices.
Se nos ha
eliminado de la educación básica las asignaturas de humanidades, como la
filosofía, las bellas artes, la música, etc. Eso ha conseguido, en apenas una
generación, que la gente deje de pensar, de usar el razonamiento, la reflexión
profunda, delegando muchas de sus habilidades emocionales y de comunicación en
las nuevas tecnologías.
Por ende,
nos han instalado en una espacie de “positivismo absoluto negativo”, es decir
se inundan las redes de mensajes tipo “tú puedes con todo… puedes sanarte… eres
la solución a tus problemas… sonríe y todo irá bien…etc.”, cuando todo esto es
muy subjetivo y depende casi siempre de tener un nivel de conciencia mucho más
desarrollado. Por lo tanto, son mensajes que no sirven de gran cosa, salvo para
hacernos crear una ilusión de la realidad. Y esa continua vivencia en la
ilusión de la realidad, genera frustración. Y la frustración genera inseguridad
y miedo.
Así estamos
alimentando la raíz del problema, en vez de buscar soluciones reales y
efectivas. Nos quedamos con las frases bonitas y quizás bien intencionadas,
pero poco más. Guardamos todo en el armario del subconsciente, que luego
tenemos miedo de abrir, porque sabemos que se nos caerá todo encima.
El
desarrollo instintivo del individuo ha desaparecido, en gran parte porque nos
hemos alejado de toda educación emocional. No sabemos ya gestionar las crisis,
nuestras emociones y nuestros instintos.
El budismo
lo expone muy bien en sus enseñanzas; la violencia tiene sus profundas raíces
en el miedo, la ignorancia y la falta de educación en valores. Si miramos
detenidamente un rato cualquier medio de comunicación, podremos observar cómo
todo o casi todo lo que percibimos, está manipulado para encauzar nuestros
pensamientos en una determinada línea ideológica, encaminada siempre a eliminar
en lo posible el pensamiento crítico y libre y alinear las masas como borregos
para favorecer a unos u otros.
Ante
semejante panorama, es bastante lógico que más de uno piense en tirar la toalla
y rendirse ante esta avalancha de negatividad, que parece no tener solución
posible. Dejarse llevar por las circunstancias de la vida, sin tan siquiera
tratar de reflexionar y comprender el origen de tanta desdicha. Prefieren que
no haya nadie al timón de su barca, de su vida y dejarse llevar por los vientos
y tempestades de las circunstancias de la vida. A esto luego llaman destino y
resignación.
La inmensa
mayoría no es capaz ya de ver y distinguir lo bueno de lo malo, lo positivo de
lo negativo, lo correcto de lo incorrecto. Y esto es así porque hemos perdido
la perspectiva de comprender las consecuencias que todo acto y pensamiento
puede tener.
Veamos unos
ejemplos;
Nos
quejamos continuamente de la falta de comunicación entre hijos y padres, pero
pocos son capaces de entender que darles un teléfono móvil a corta edad está
fomentando precisamente esa falta de comunicación.
Vestimos a
las niñas con ropas que no son propias de su edad – y en ocasiones ni de
adultos – con el pretexto de las modas imperantes, y luego nos quejamos de los
acosos y las malas palabras que pueden sufrir.
Fomentamos
deportes que en su seno ya tienen una semilla de violencia instalada, y luego
nos quejamos de las agresiones y las peleas entre aficionados.
En
definitiva, alimentamos por negligencia, ignorancia o dejadez, el origen del
problema. Es como criar y alimentar a un tigre sin pensar que, tarde o temprano
se hará grande y quizás no podremos controlarlo.
Y luego
llegan las consecuencias, que no queremos asumir y que, lejos de buscar el
origen, solemos culpar a los demás del problema.
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