Seminario Nacional Shaolin
            Apenas han transcurrido 24 horas de finalizar el seminario, y ya se echa en falta algo que es difícilmente descriptible. La experiencia vivida ha sido muy intensa, llena de matices, de emociones y reflexiones. Como tantas otras veces, son diferentes e irrepetibles en cada ocasión que se ha celebrado, pero siempre intensas para todos los participantes.
Desde mi perspectiva, puedo observar esas emociones que los participantes expresaban, muchas veces inconscientemente, y en otras ocasiones, muy lúcidos. Sin duda para todos ha sido una experiencia muy enriquecedora en muchos sentidos.
Creo que los objetivos que me había marcado para esta ocasión, se han cumplido en gran medida. Siempre cabe esperar que haya cosas que escapan a las previsiones; El tiempo y las circunstancias son como alfareros que modelan la realidad a su antojo. Pero lo tengo asumido y forma parte de mi filosofía; Las cosas son como son y debo adaptarme a las circunstancias que yo mismo he creado. Un seminario es para mí, ante todo una experiencia del corazón, una herramienta de profunda reflexión, donde lo más importante quizás, no son las materias técnicas que se estudian y aprenden, sino todo lo que hay detrás, lo que no se ve y en lo que hice mucho énfasis al inicio; La toma de conciencia de cada instante, de cada acción y pensamiento. Sólo así podemos preparar nuestra “tierra” para recibir esa semilla de la esencia de lo que es Shaolin, su cultura y filosofía. Porque solo en una tierra fértil, puede crecer esa sensación de despertar del ser, profundo y sabio, que encuentre el camino hacia un grado más intenso de felicidad. Por eso, el seminario es una herramienta de crecimiento, una experiencia para descubrirnos a nosotros mismos.
Cuatro días alejados del mundo externo, de los teléfonos móviles, de la televisión, de las numerosas distracciones de la mente que existen en nuestra sociedad, de las comidas basura, de los comportamientos adquiridos y las modas gestuales. Cuatro días alejados de influencias generadoras de malos hábitos, que anidan en nuestras adormecidas conciencias, como pájaros oscuros. Cuatro días en los que nadie echó en falta todas esas cosas, y en los que fueron poco a poco sustituidas por hábitos positivos; Por tiempos compartidos de verdad, y no a través de una pantalla de un móvil, donde la amistad recupera de verdad sus valores reales. Donde puedes tocar a tu amigo, a tu compañero. Donde ves que no hay diferencias ni distinciones de raza, credo o ilusorios estatus sociales. Unos días intensos, donde compartes todo, adquieres –o recuperas- cierta autodisciplina perdida y denostada por los nuevos padres modernos, que perdieron el equilibrio entre lo correcto y lo absurdo en el plano de la educación de sus hijos.
En definitiva, unos días de una intensidad emocional muy acentuada, donde de verdad se pudieron poner en práctica los valores profundos y atemporales de la filosofía de las artes marciales chinas, y del Kung-fu Shaolin en particular. Donde el WUDE adquirió forma casi física y fue entendido por muchos.

Días de duro entrenamiento en lo físico, con cientos de repeticiones, de comprender conceptos técnicos y buscar aplicaciones. De asombrarte de los detalles de una forma y sus conexiones metafísicas. Momentos intensos de superación personal, -cada uno en su medida- que a cada paso, a cada momento te parecían restar fuerzas, pero que a la vez te sacaban algo del interior que te hacía seguir. Eso se podía ver en los rostros de todos los asistentes, que mostraron una fuerza de voluntad extraordinaria.

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