Reflexiones de la tortuga
Núcleo familiar
Que algo no va muy bien en nuestra sociedad, es bastante evidente; Basta con echar un vistazo a los medios de comunicación de cualquier día para confirmarlo. Y no me refiero obviamente a las catástrofes naturales, si no a todo aquello en lo que el ser humano tiene relación directa. Asesinatos, maltrato, violencia de género, bulling, maltrato animal, estafas, abusos, acoso, pederastia, ladrones de guante blanco, violencia en el deporte, corrupción, etc.
Cabría preguntarse el porqué de tanto conflicto, de tanta violencia, de tanta sinrazón, pero la respuesta, aún siendo muy sencilla, podría llenar una enciclopedia entera, y aún así creo que no lograríamos entenderlo del todo. ¿No será quizás que el ser humano ha perdido facultades cognitivas? ¿No podría ser que la “máquina que piensa” -nuestra mente- está defectuosa ya de fábrica? ¿O será quizás que no hemos aprendido a utilizarla adecuadamente? ¿Será que la ignorancia se ha instalado en nuestros sentidos y emociones?... En este laberinto de preguntas y respuestas, hay seguramente mucha gente caminando erráticamente, tratando de comprender mínimamente el sentido de la vida.
¿Dónde está pues el verdadero origen de tanto conflicto? Lo genera la sociedad, podría ser una respuesta fácil, con la que muchos se contentan y dejan de indagar. Pero el problema sigue latente y surge desde cualquier situación inesperada. Vamos a verlo desde un punto de vista práctico y tratar desde ahí, comprender el porqué de estas situaciones.
Hablamos de sociedad, como si ésta en sí misma fuese una especie de individuo, o tuviese identidad propia. La sociedad en sí no existe como tal, sino que es solo un conjunto de individuos que deciden tratar de vivir en comunidad. Por lo tanto, hay que descartar a la sociedad como el origen de los conflictos. Está claro que es una cuestión puramente individual. Es en cada individuo donde se genera pues el conflicto. Es ahí donde debemos sin duda, comenzar a buscar respuestas. Esa es la fuente original de los conflictos. Y dentro del individuo, a poco que ahondemos en su psique, nos encontramos con múltiples identidades, todas pugnando por tener la supremacía sobre la personalidad del ser. Todas alentadas continuamente por el Ego.
Difícilmente, una persona así, puede desligar sus acciones, de sus pensamientos desordenados y en continuo conflicto interno. Casi todo lo que surge de ahí, de su inconsciencia, estará contaminado por alguna de las falsas identidades ilusorias que lo dominan.
Pero esto sería el individuo como entidad aislada. ¿Dónde comienza pues la sociedad?... La sociedad comienza ni más ni menos que en el seno familiar. Es ahí donde se desarrollan las bases de la futura comunicación con todos los demás individuos que conforman una sociedad. Y es ahí precisamente donde se han de poner las cosas en orden; Donde han de establecerse pautas y normas de convivencia y conducta que han de servirnos fuera del núcleo familiar. Ahí es también donde aprendemos a controlar los conflictos y las emociones, donde aprendemos a situar adecuadamente los valores en su justa medida de tiempo y espacio (situación). Y es dentro del seno familiar, donde comienza la sociedad y la comunicación, sentados a la mesa. Es ahí precisamente donde nuestras identidades entran en contacto directo con situaciones de protocolo, de disciplina, de la ética más elemental. Es ahí donde comienzan las primeras normas de comportamiento, las mismas que luego han de servirnos para desenvolvernos adecuadamente en la calle, en la oficina, en el trabajo, en la escuela.
Pero, ¿Que sucede cuando vemos que ya en la mesa no hay reglas, el comportamiento es egoísta, no hay respeto, ni por los alimentos ni por los demás, se habla por el móvil, o la comida se desarrolla viendo la televisión? Pues sucede que en esa situación, tan emocionalmente importante y relevante, se están produciendo las normas de nuestra conducta fuera, en la vida cotidiana. Relevante además para la cohesión familiar, para mantener un núcleo y lazo familiar fuerte y unido. Y es la familia el núcleo básico de la sociedad. Así pues, una sociedad con las familias desestructuradas y rotas, es una sociedad débil y enferma de raíz. Las familias han de estar unidas, ser fuertes y buscar objetivos comunes, potenciando los valores intrínsecamente humanos de la convivencia.
Si no somos capaces de mantener ese orden y armonía en la mesa, la familia comienza a resquebrajarse por ahí. Las familias han de reforzar en su seno la personalidad del individuo, desarrollando una comunicación y enseñanza de los valores basadas en las emociones y no en los conocimientos técnicos. Para eso están las escuelas.
Es lamentable ver como los niños, que son los que resultan ser los más importantes en ese núcleo, juegan ya desde temprana edad con sus dispositivos móviles en la mesa, o rechazan con asco la comida, o se sirven los primeros, olvidando las más elementales reglas de cortesía hacia los mayores. O bien se levantan de la mesa sin que los demás hayan terminado, o se ponen a comer sin esperar a los demás, etc. Son todas conductas que determinan una actitud, que es con la que luego se van a relacionar o enfrentar en la calle a los demás. Entonces desarrollan una cierta apatía a todo lo que significa reglas de conducta o convivencia. Todo parece que restringe sus libertades. Y ya tenemos uno de los problemas de la sociedad actual: la baja o nula tolerancia a la frustración.
Comienzan a desdibujarse las reglas de la cortesía hasta un punto en que ya no se perciben siquiera, y recordarlas, parece que es ser retrógrado. La educación, que es una tarea encomendada a los padres, se está perdiendo en una sociedad acelerada en todos los sentidos, donde prima todo lo conseguido fácil y sin esfuerzo. Donde tenemos de todo en todo momento y esa es la cultura que se les enseña a los más pequeños. La cultura de lo superfluo, de lo innecesario y excesivo. La cultura del mínimo esfuerzo con el máximo de beneficio, sin importar mucho los medios empleados para conseguirlo. La cultura de las nuevas tecnologías, en las que se crean mundos paralelos ilusorios y en los que se sumergen y viven mucha gente.
Niños caprichosos que se cansan de una actividad y pasan a otra sin pensarlo ni dos veces, con el beneplácito de unos padres permisivos hasta lo absurdo. Niños que tienen demasiadas cosas de todo, y aún así no paran de pedir más. Niños que no saben apreciar el valor de las cosas ni el esfuerzo por conseguirlas. Niños que pasan más fines de semana con amigos que con su familia. Niños que no comprenden el sentido de la disciplina porque en su seno familiar no existe jerarquía y todos mandan, opinan y hacen a su antojo. Niños con ordenadores, televisores en sus cuartos y teléfono móviles de última generación pegados a sus manos. Que viven casi recluidos en sus cuartos. Niños que acaban por imponerse a sus progenitores y se convierten en pequeños dictadores. En definitiva, niños inconscientes educados por padres ignorantes del daño que se están haciendo a ellos mismos y a sus hijos. Se les protege con orgullos absurdos y egocéntricos en vez de reflexionar y ver la realidad. Hemos de comprender que “nuestra princesa de la casa, la más guapa, la mejor en todo”, deja de serlo cuando sale a la puerta de la calle, donde es solo una niña más. El Juez de menores, D. Emilio Calatayud lo refleja perfectamente en muchas de sus conferencias acerca de ésta profunda problemática social de los jóvenes.
Cuando tengan que valerse por sí mismos, se encontrarán con la cruda realidad de la calle, de la vida y entonces no sabrán cómo actuar sin generar conflictos y frustraciones. Tienen dificultades para la comunicación real con los demás. No sabrán hacer nada constructivo ni generar ilusión por las cosas. No sabrán hacerlo porque no tuvieron la ocasión de desarrollar esas cualidades en el seno familiar. Observemos esto detenidamente, con seriedad, y veremos donde está la raíz del problema.
Cabe destacar que hoy en día, y me atrevería a decir que es producto de todo lo anteriormente expuesto, existen muchísimas familias rotas, con padres separados. Esto no es más que un problema más añadido, que agrava la ya precaria o nula educación emocional de muchos niños. En nuestra escuela se nota mucho los niños de padres separados. Su comportamiento es distinto. Poco se puede hacer pues se trataría de dejar de una vez de que prevalezcan los intereses económicos y los orgullos particulares, a favor de la responsabilidad de educar al hijo/a. Pero eso no va a ocurrir…
Así pues, cuando nos encontremos en lo cotidiano con un conflicto, en el ámbito que sea, reflexionemos y veamos que tal lo estamos haciendo nosotros en nuestro núcleo familiar…

Así, cuando nos encontremos de frente con una de estas problemáticas, no se podrá decir que no tenía razón…

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