Dispersión de la mente (1)
Cada día
veo a decenas de personas que, en los diferentes ámbitos de sus vidas, inician
alguna actividad nueva; empiezan un curso, quieren dejar de fumar, se hacen
vegetarianos, dejan de consumir determinada sustancia, desean alimentarse
mejor, se proponen estudiar algún idioma, coleccionar alguna cosa, quieren
cambiar un hábito, etc. Así, cientos de deseos de buenas intenciones que cada
uno se propone realizar a partir de un determinado momento.
Pero todos
éstos pájaro-deseo vuelan errantes por nuestra mente, sin posarse casi nunca en
una rama sólida e, igual que unas efímeras pompas de jabón, acaban
desapareciendo en el horizonte –en este caso casi inmediato- del olvido.
Nuestra mente errática vuela de un deseo a otro, como una abeja de flor en
flor, pero sin obtener beneficio alguno, salvo el de alimentar nuestro ego con
la idea de que se han hecho muchas cosas y de todas ellas sabemos. Esa
desatención continua crea en nuestro subconsciente una profunda frustración, que
nos hace pensar en la inutilidad de lo que estamos realizando, pues en el fondo
intuimos que lo hacemos porque tenemos carencias de todo tipo, que tratamos de
suplir con la búsqueda y práctica de diversas actividades psico-físicas.
Y nuestra
mente desentrenada y errática no puede asumir esa montaña de información nueva
que constantemente nos está llegando y así cae fácilmente en la desatención,
verdadera fuente de donde surgen muchas emociones y frustraciones. Las
facultades de la voluntad, la persistencia, la continuidad, la humildad, la
paciencia, etc., tienen muy poca consistencia en nuestra mente y nuestras
acciones derivadas de ella. Lo que hoy nos entusiasma, mañana nos parece
monótono y aburrido, o ha dejado de tener interés, el quizás desmesurado o sobrevalorado
interés inicial.
Las nuevas
tecnologías, lejos de facilitarnos la vida, en realidad nos la complican de una
forma muy sutil, pues nos inculcan la superficialidad de todo, el afán de
acumular información –muchas veces inútil- y la voracidad del consumo, que
incita sin escrúpulos a consumir compulsivamente todo lo que nos ponen a
nuestro alcance. En ésta sociedad consumista y materialista a ultranza, poca
cabida tienen los valores éticos o morales –y no me refiero a valores morales
derivados de la religión-, que casi siempre son relegados a un rincón oscuro y
casi olvidado de nuestra pobre conciencia. O quizás debería decir ‘conciencia
pobre’…
Así pues,
cuando decidimos comprarnos un móvil nuevo de última tecnología, ¿En realidad
sabemos conscientemente el porqué lo hacemos? ¿Sabemos por qué cambiamos
nuestro televisor, que funcionaba perfectamente, por otro nuevo, más grande y
plano? Seguramente no lo tendremos muy claro, pero en cualquier caso,
buscaremos cualquier pretexto que justifique ese cambio. Pocos querrán
comprender y mucho menos admitir que es el ego el que nos impulsa a comprar
compulsivamente.
De alguna
manera –metafóricamente hablando- todo funciona como cuando miramos
compulsivamente el teléfono móvil, aun sabiendo que nadie nos ha llamado o
enviado un mensaje. Aun así lo miramos. Miramos obsesivamente la página del
Facebook, por si alguien ha puesto algo, lo que es una obviedad. Nuestra mente
pasa de una noticia a otra, de una imagen a otra, de un sentimiento o emoción a
otra, sin más; Sin detenerse jamás por mucho tiempo a reflexionar sobre lo que
hemos percibido. Es el campo perfecto de entrenamiento para dispersar aun más
nuestra mente. Para ser aún más inconscientes de lo que ya somos.
Cada vez
que iniciamos una actividad nueva, pongamos por ejemplo el ir al gimnasio,
deberíamos preguntarnos real y seriamente el porqué lo deseamos. Preguntarnos
si realmente es algo que necesitamos y si estamos mentalmente preparados para
afrontar ese reto que supone cambiar hábitos sociales y familiares, además de
superar la fase de acondicionamiento físico. Si no lo estamos, nuestra mente
buscará muy pronto otras metas, otros objetivos; Todo con tal de no admitir
nuestro posible fracaso en el intento de cambiar algo en nuestra vida. La
atención se dispersara y la actividad nueva ya no nos resultará atractiva.
Cada vez
que nos fijamos en otra persona e iniciamos una relación –incluso si ya estamos
comprometidos en otra- deberíamos preguntarnos si realmente lo necesitas y si
la respuesta ilusoriamente es afirmativa, el porqué creemos que lo necesitamos.
No nos damos cuenta de que por dispersar la mente y nuestras emociones,
entramos a saco en relaciones tóxicas, de dependencia incluso, de las que luego
es difícil desprenderse.
Cambiar
hábitos es una ardua labor que requiere tiempo y conciencia plena, ambas cosas
que creo, escasean cada vez más entre la gente corriente. Se ha estudiado que,
para cambiar un hábito –generalmente por otro- se necesitan 21 días, que es el
tiempo que nuestra mente necesita para producir y afianzar los cambios
necesarios. Además, es muy poco factible tratar de eliminar un hábito nocivo,
sin sustituirlo por otro positivo. Teniendo en cuenta además que un hábito
negativo o nocivo se adquiere muy rápido, pues tiene que ver con nuestros
sentidos, mientras que un hábito positivo tiene que ver más, mucho más con
nuestra mente. Es muy fácil dejarnos llevar por los sentidos del placer que
ahondar en el laberinto de nuestra mente, donde seguramente encontraremos cosas
que no nos gustan.
"Se
iniciaba en todo y en nada duraba; en el curso de una fase de luna era químico,
violinista, político y bufón". Debido a que no hay una continuidad en
nuestro propósito, dado que no nos entregamos a una sola cosa todo el tiempo,
no existe una verdadera individualidad. Somos una sucesión de personas
diferentes, todas ellas más bien frustradas, por no decir rudimentarias. No hay
un crecimiento regular; no hay un desarrollo auténtico ni una evolución
verdadera. Algunas de las principales características de la desatención están
seguramente más claras ahora. La desatención es un estado de falta de memoria,
de distracción, de concentración pobre, de ausencia de individualidad
verdadera. La atención consciente, por supuesto, tiene características
opuestas. Es un estado de memoria, de no distracción, de concentración, de
continuidad y constancia en los propósitos y de individualidad en el continuo
desarrollo. Todas estas características están implicadas en el término
"atención consciente". No es que estas características definan
totalmente la "Atención Consciente Perfecta", pero sí la define lo
suficiente para que podamos seguir adelante. Servirán para darnos una idea
general de lo que son la atención o la atención consciente y la "Atención
Perfecta".
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