Conciencia…
Al igual que
en este preciso momento estoy observando la pantalla inerte del ordenador, en
muchas ocasiones me siento a observar el devenir de la vida cotidiana; en
cualquier lugar… Cómo anda la gente a mi alrededor, como sonríen, hablan, se
relacionan, interactúan, me miran –o no-, pasan de largo, se enfadan o
simplemente miran vacíos…
A veces me
parece que caminan sin saber muy bien a donde van; Sin conocer mucho el sentido
de sus vidas, sin saber poco o nada acerca de sí mismos, de quienes son de
verdad… cada uno en su mundo, o en la parte del mismo que le ha tocado vivir. Cada
uno con sus historias vitales, sus penas y alegrías asomando por las ventanas
del alma que son los ojos y el rostro.
Me siento a observar
el caer de una hoja de un árbol, como un perro juega con su cola, observar cómo
un pequeño gorrión recoge migajas de pan, mirar cómo se abre la hermosura de
una flor, sentir la lluvia caer, a veces rápido, a veces como a cámara lenta. Dejo
que las gotas me impacten el rostro, que atraviesen mis sentidos y caigan
directas al alma.
Observo con
todos mis sentidos alertas, sin clasificar, sin decidir si me gusta o no lo que
estoy observando y sintiendo. Carece de importancia ese hecho. Simplemente
disfruto de ese momento… cada uno único e irrepetible.
No es
necesario que esté físicamente sentado al observar todo esto; Es una actitud
ante la vida, ante todo acontecimiento que me rodea a cada momento, en cada
circunstancia. Estar alerta, pero de manera relajada. Estar atento, ser
consciente, estar aquí y ahora, pero de manera real.
Y en ese continuo
observar, descubro cosas que no son interpretaciones empíricas o caprichosas de
mi mente egótica, sino un fiel reflejo de la percepción real de lo que me
rodea. Sin interferencias de ningún tipo.
Y entonces
comienzo a sentir desde el corazón, desde la conciencia misma que es lúcida de
su propia existencia en ese vacío extraño. Y lo que siento se traduce en
pensamientos que así se convierten en parte en mis propias emociones y
reacciones respecto a lo percibido. Surgen como hermosas flores de loto desde
las aguas más turbias de mi existencia.
Desde esta
comprensión profunda de la esencia de las cosas, comprendo situaciones, actos,
reacciones y emociones de la gente que me rodea. Y veo muchas veces el grado de
estupidez del ser humano, su profunda inconsciencia incluso de cuando tiene
momentos de extrema lucidez.
Veo la
incoherencia de las personas, de sus relaciones ilusorias y tantas veces
tóxicas, basadas en conceptos y percepciones erróneas de su propia realidad, de
aquella que inconscientemente han creado ellos mismos y en la que nadan erráticamente
por la vida.
Y veo la
sinrazón de actos absurdos, que no resisten el más mínimo análisis racional,
pero que muchas veces defendemos como abogados corruptos del alma enferma.
Actos que van acumulando rencores, resentimientos y odio; Que no aportan
absolutamente nada para solucionar los problemas creados por nosotros mismos.
La absoluta
falta de valores en nuestra sociedad occidental, cada vez más acelerada y
superficial es el verdadero cáncer que está corrompiendo el alma del ser
humano. Y es contagioso, al igual que la estupidez…
Y,
paradójicamente defendemos nuestro estado del ser, contra viento y marea,
contra toda razón y lógica, a pesar de que en el fondo sabemos lo equivocados
que estamos. Y seguimos enfadados con el mundo, con nosotros… Seguimos peleando
contra todos y contra todo.
Nos creemos
dueños de todo, de las cosas y las personas, trastocando los valores que las
sustentan en ésta, nuestra o vuestra realidad. Y nos creemos poseedores no solo
de las cosas materiales, sino de las emociones, los sentimientos y del tiempo.
Creemos que todo nos pertenece, a veces solo porque lo hemos adquirido –léase
cambiado por otro objeto sin valor real, como el dinero- y nos pertenece.
Y entonces,
muchas veces, me siento triste por la impotencia de no poder hacer gran cosa
para despertar a tanto inconsciente. Por la impotencia de saber reconocer mis
propios límites, la escasez de mis conocimientos y mi ardiente deseo de que las
cosas cambiaran, que fueran de otra manera.
Así, quizás,
no vería tanta desilusión en los jóvenes, tanta despreocupación, tanta
incoherencia, falsedad e hipocresía… tanta violencia absurda, tanto dolor
infringido sin sentido. De tantas guerras que comienzan en el interior de cada
uno de nosotros. Porque siento en el
alma, en el corazón, en ese vacío que me crea todo esto, ese cambio
catastrófico de nuestra sociedad, cada vez más alejada de la esencia del ser
humano.
Y quiero
seguir creyendo que esto tiene remedio. Quiero que el mundo comience a cambiar
y cada uno, individualmente, despierte finalmente y podamos cambiar el rumbo
que llevamos hacia el desastre.
Quiero creer
que un cambio es posible y que ese cambio ha de venir de mí mismo, de cada ser
humano de manera individual. No hay ningún colectivo que pueda cambiar nada, ni
naciones, ni organismos, ni religiones ni nada. Solo uno mismo puede hacerlo.
La pregunta
es: ¿Queremos hacerlo?
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