Observar…
Al igual que en este preciso momento estoy observando la pantalla inerte del ordenador, en muchas ocasiones me siento a observar el devenir de la vida cotidiana; Cómo anda la gente a mi alrededor, como sonríen, hablan, se relacionan, interactúan, me miran –o no-, pasan de largo, se enfadan o simplemente miran vacíos…
Me siento a observar el caer de una hoja del árbol, como un perro juega con su cola, siento la lluvia caer, a veces rápido, a veces como a cámara lenta. Observo con todos mis sentidos alertas, sin clasificar, sin decidir si me gusta o no lo que estoy observando.
No es necesario que esté físicamente sentado al observar todo esto; Es una actitud ante la vida, ante todo acontecimiento que me rodea a cada momento, en cada circunstancia.
Y en ese observar, descubro cosas que no son interpretaciones empíricas o caprichosas de mi mente egótica, sino un fiel reflejo de la percepción real de lo que me rodea. Sin interferencias de ningún tipo.
Y entonces comienzo a sentir desde el corazón, desde la conciencia misma que es lúcida de su propia existencia en ese vacío extraño. Y lo que siento se traduce en pensamientos que así se convierten en parte en mis propias emociones y reacciones respecto a lo percibido.
Desde esta comprensión profunda de la esencia de las cosas, comprendo situaciones, actos, reacciones y emociones de la gente que me rodea. Y veo muchas veces el grado de estupidez del ser humano, su profunda inconsciencia incluso de cuando tiene momentos de extrema lucidez.
Veo la incoherencia de las personas, de sus relaciones ilusorias basadas en conceptos y percepciones erróneas de su propia realidad, de aquella que inconscientemente han creado ellos mismos y en la que nadan de por vida.
Y veo la sinrazón de actos absurdos, que no resisten el más mínimo análisis racional, pero que defendemos como abogados corruptos del alma enferma. Actos que van acumulando rencores, resentimientos y odio; Que no aportan absolutamente nada para solucionar los problemas creados por nosotros mismos.
La absoluta falta de valores en nuestra sociedad occidental, cada vez más acelerada y superficial es el verdadero cáncer que está corrompiendo el alma del ser humano. Y es contagioso, al igual que la estupidez…
Y, paradójicamente defendemos nuestro estado del ser, contra viento y marea, contra toda razón y lógica, a pesar de que en el fondo sabemos lo equivocados que estamos. Y seguimos enfadados con el mundo, con nosotros…
Y entonces, muchas veces, me siento triste por la impotencia de no poder hacer gran cosa para despertar a tanto inconsciente. Por la impotencia de saber reconocer mis propios límites, la escasez de mis conocimientos y mi ardiente deseo de que las cosas cambiaran, que fueran de otra manera.
Así, quizás, no vería tanta desilusión en los jóvenes, tanta despreocupación, tanta violencia absurda, tanto dolor infringido sin sentido. De tantas guerras que comienzan en el interior de cada uno de nosotros.  Porque siento en el alma, en el corazón, en ese vacío que me crea todo esto, ese cambio catastrófico de nuestra sociedad, cada vez más alejada de la esencia del ser humano.
Y quiero seguir creyendo que esto tiene remedio. Quiero que el mundo comience a cambiar y cada uno, individualmente, despierte finalmente y podamos cambiar el rumbo que llevamos al desastre.
Quiero creer que un cambio es posible y que ese cambio ha de venir de mí mismo, de cada ser humano de manera individual. No hay ningún colectivo que pueda cambiar nada, ni naciones, ni organismos, ni religiones ni nada. Solo uno mismo puede hacerlo.

La pregunta es: ¿Queremos hacerlo?

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