Cuento (chino)
Las malas hierbas…
En un hermoso y frondoso valle de una región interior del país, vivía un humilde campesino con su familia y sus pocos animales. Tenía un pequeño huerto, donde cultivaba algo de verduras y hortalizas, lo justo para poder ir subsistiendo él y su familia. En el huerto tenía algunos árboles frutales, sembrado de cereales y una colmena de abejas que les proporcionaba una deliciosa miel.
Trabajaba todos los días en el pequeño huerto, al que cuidaba con esmero, regándolo con el agua de un pozo cercano. Cuidaba cada planta, cada hortaliza con mucho amor y obtenía jugosos frutos de su trabajo.
Cierto día, recibió la noticia de que un familiar muy cercano, que ni siquiera conocía, le había legado tras su muerte, una gran extensión de terreno adyacente a su pequeño huerto. De pronto, de la noche a la mañana, el humilde campesino se encontró con varias hectáreas de terreno para cultivar. Eso le hizo sentirse eufórico y lleno de alegría. Ahora podría sacar a su familia de la pobreza.
Eso si, tendría que trabajar bastante más, pero el esfuerzo valdría la pena. Comenzó a trabajar la tierra y vio que todo el terreno nuevo estaba lleno de hierbas, rastrojos y hasta cierta maleza salvaje. Se esforzó mucho en conseguir, día tras día en limpiarlo todo de esas hierbas, para plantar verduras, hortalizas y cosas similares. Esto le llevó casi a trabajar de sol a sol y apenas estaba con su familia. Asi pues, decidió que debían ayudarle en el campo. Comenzaron todos a trabajar arduamente la tierra.
La extensión del terreno era muy grande y casi no daban abasto en ir quitando la maleza. El campesino estaba realmente muy cansado y veía que el trabajo apenas le cundía. Para colmo, encontró que en su propiedad habían entrado un rebaño de cabras, que tuvo que echar de allí, enfrentándose al pastor que las cuidaba. Este hombre no podía entender que allí no podían pastar esos animales, que lo devoraban todo…
Mientras tanto, sus cosechas de verduras habían menguado considerablemente, pues no le podía dedicar todo el tiempo necesario a cuidarlas. Un tiempo que estaba dedicando casi por completo a arrancar la maleza salvaje. Toda planta ya le parecía inútil y la arrancaba. Quería dejar el campo limpio, listo para acoger las semillas de sus lechugas, pimientos, tomates, acelgas y demás hortalizas.
Pero esas malas hierbas crecían a la par que sus propias plantas y parecía que nunca se iba a librar de ellas. Decidió utilizar algún tipo de herbicida y eso solo hizo empeorar la situación, pues si bien consiguió eliminar las hierbas, también afectó a sus propias cosechas, que dejaron de tener calidad primero, hasta casi perderse por completo poco después. Además, apenas quedaron pájaros que se acercaran a la zona, pues los había ahuyentado eficazmente hacia unos meses, y ahora varias plagas de insectos estaban acabando con lo poco verde que le quedaba. El veneno empleado para erradicarlos eliminó por completo la pequeña colmena de abejas que poseían antes. Se quedó sin la deliciosa miel que producían desde hacía años, y las flores y árboles no llegaron a tener la necesaria polinización para florecer…
El pozo del agua le pillaba un tanto lejos, así que no se le ocurrió otra solución que cavar otro pozo más, lo que hizo en realidad cortar el venero existente y casi se queda sin agua.
Todo el terreno de su propiedad parecía casi un páramo seco, sin vida, mientras que los vecinos del valle disfrutaban de sus abundantes cosechas.
Mientras, sus cosechas se comenzaron a secar, al igual que sus sueños de prosperidad y comenzó a sentirse enfadado y triste por la mala suerte. Incluso se había embarcado en un pequeño préstamo para comprar herramientas y una mula para trabajar y ahora casi no podía pagarlo.
Al final acabó por rendirse y fue abandonando poco a poco las tierras cultivadas. Ya no las regaba, ni se preocupaba de arrancar más hierbas… volvió a cultivar solo su pequeño trozo de huerto, que también se vio afectado. Y siguió siendo el campesino pobre que siempre había sido.
Mientras, el terreno comenzó de nuevo a llenarse de maleza, de hierbas de todo tipo y frutos silvestres. Los pájaros regresaron y empezaron a mantener de nuevo el equilibrio natural, eliminando el exceso de insectos y orugas. Todo comenzó a recuperarse poco a poco, semana tras semana, hasta que varios meses después, estaba todo cubierto de una extensa vegetación, muchos arbustos y gran cantidad de hermosas flores silvestres.
Y en medio de toda esa vegetación, crecieron verduras, hortalizas, deliciosas fresas y frambuesas, legumbres, tubérculos y pequeños árboles frutales…
Cierto día el campesino decidió consultarlo con un viejo maestro ermitaño que vivía en la ladera de la montaña cercana, y pedir su sabio consejo.
-“Maestro, la naturaleza me ha dado la espalda… Por mucho que trabajo, la tierra no me da frutos”.
-“¿Has pensado en la naturaleza de la tierra. En que ella tiene también sus ciclos vitales, que no estás respetando?”, le respondió tranquilamente el viejo maestro.
-“¡Pero si hago todo lo posible para que la tierra se vea limpia y trabajada!”, exclamó casi furioso el campesino.
-“Quizás le has quitado su esencia, no la dejas respirar, ser de verdad naturaleza. De esa naturaleza forman parte los insectos, y todas las plantas que existen.”
-“¿Qué debo hacer entonces?...¿Dejar crecer la maleza en el terreno?”.
“No”, - respondió de nuevo el viejo maestro, - “debes mirar en tu vida, lo que no haces bien, lo que no comprendes y entonces entenderás porque te ha ocurrido esto”.
- “No comprendo! ¿Qué tiene esto que ver con mi vida?”, - soltó despectivamente el campesino.
- “No comprendes que la naturaleza es tu propia naturaleza. Que lo que ves fuera, en el mundo de los fenómenos, es solo una proyección de tu propia forma de ser, de tu propia naturaleza. Has tratado de poner fuera, en la naturaleza tus miedos y deseos. Has cambiado el equilibrio de las cosas, solo porque algunas no te gustaban. Y no entiendes que todo forma parte de todo y tiene un propósito”.
El campesino se quedó pensando un rato, sin contestar. Al final exclamó:
- “Creo que ahora entiendo lo que quiere decirme. Reflexionaré sobre ello. Gracias Maestro.”
En un hermoso y frondoso valle de una región interior del país, vivía un humilde campesino con su familia y sus pocos animales. Tenía un pequeño huerto, donde cultivaba algo de verduras y hortalizas, lo justo para poder ir subsistiendo él y su familia. En el huerto tenía algunos árboles frutales, sembrado de cereales y una colmena de abejas que les proporcionaba una deliciosa miel.
Trabajaba todos los días en el pequeño huerto, al que cuidaba con esmero, regándolo con el agua de un pozo cercano. Cuidaba cada planta, cada hortaliza con mucho amor y obtenía jugosos frutos de su trabajo.
Cierto día, recibió la noticia de que un familiar muy cercano, que ni siquiera conocía, le había legado tras su muerte, una gran extensión de terreno adyacente a su pequeño huerto. De pronto, de la noche a la mañana, el humilde campesino se encontró con varias hectáreas de terreno para cultivar. Eso le hizo sentirse eufórico y lleno de alegría. Ahora podría sacar a su familia de la pobreza.
Eso si, tendría que trabajar bastante más, pero el esfuerzo valdría la pena. Comenzó a trabajar la tierra y vio que todo el terreno nuevo estaba lleno de hierbas, rastrojos y hasta cierta maleza salvaje. Se esforzó mucho en conseguir, día tras día en limpiarlo todo de esas hierbas, para plantar verduras, hortalizas y cosas similares. Esto le llevó casi a trabajar de sol a sol y apenas estaba con su familia. Asi pues, decidió que debían ayudarle en el campo. Comenzaron todos a trabajar arduamente la tierra.
La extensión del terreno era muy grande y casi no daban abasto en ir quitando la maleza. El campesino estaba realmente muy cansado y veía que el trabajo apenas le cundía. Para colmo, encontró que en su propiedad habían entrado un rebaño de cabras, que tuvo que echar de allí, enfrentándose al pastor que las cuidaba. Este hombre no podía entender que allí no podían pastar esos animales, que lo devoraban todo…
Mientras tanto, sus cosechas de verduras habían menguado considerablemente, pues no le podía dedicar todo el tiempo necesario a cuidarlas. Un tiempo que estaba dedicando casi por completo a arrancar la maleza salvaje. Toda planta ya le parecía inútil y la arrancaba. Quería dejar el campo limpio, listo para acoger las semillas de sus lechugas, pimientos, tomates, acelgas y demás hortalizas.
Pero esas malas hierbas crecían a la par que sus propias plantas y parecía que nunca se iba a librar de ellas. Decidió utilizar algún tipo de herbicida y eso solo hizo empeorar la situación, pues si bien consiguió eliminar las hierbas, también afectó a sus propias cosechas, que dejaron de tener calidad primero, hasta casi perderse por completo poco después. Además, apenas quedaron pájaros que se acercaran a la zona, pues los había ahuyentado eficazmente hacia unos meses, y ahora varias plagas de insectos estaban acabando con lo poco verde que le quedaba. El veneno empleado para erradicarlos eliminó por completo la pequeña colmena de abejas que poseían antes. Se quedó sin la deliciosa miel que producían desde hacía años, y las flores y árboles no llegaron a tener la necesaria polinización para florecer…
El pozo del agua le pillaba un tanto lejos, así que no se le ocurrió otra solución que cavar otro pozo más, lo que hizo en realidad cortar el venero existente y casi se queda sin agua.
Todo el terreno de su propiedad parecía casi un páramo seco, sin vida, mientras que los vecinos del valle disfrutaban de sus abundantes cosechas.
Mientras, sus cosechas se comenzaron a secar, al igual que sus sueños de prosperidad y comenzó a sentirse enfadado y triste por la mala suerte. Incluso se había embarcado en un pequeño préstamo para comprar herramientas y una mula para trabajar y ahora casi no podía pagarlo.
Al final acabó por rendirse y fue abandonando poco a poco las tierras cultivadas. Ya no las regaba, ni se preocupaba de arrancar más hierbas… volvió a cultivar solo su pequeño trozo de huerto, que también se vio afectado. Y siguió siendo el campesino pobre que siempre había sido.
Mientras, el terreno comenzó de nuevo a llenarse de maleza, de hierbas de todo tipo y frutos silvestres. Los pájaros regresaron y empezaron a mantener de nuevo el equilibrio natural, eliminando el exceso de insectos y orugas. Todo comenzó a recuperarse poco a poco, semana tras semana, hasta que varios meses después, estaba todo cubierto de una extensa vegetación, muchos arbustos y gran cantidad de hermosas flores silvestres.
Y en medio de toda esa vegetación, crecieron verduras, hortalizas, deliciosas fresas y frambuesas, legumbres, tubérculos y pequeños árboles frutales…
Cierto día el campesino decidió consultarlo con un viejo maestro ermitaño que vivía en la ladera de la montaña cercana, y pedir su sabio consejo.
-“Maestro, la naturaleza me ha dado la espalda… Por mucho que trabajo, la tierra no me da frutos”.
-“¿Has pensado en la naturaleza de la tierra. En que ella tiene también sus ciclos vitales, que no estás respetando?”, le respondió tranquilamente el viejo maestro.
-“¡Pero si hago todo lo posible para que la tierra se vea limpia y trabajada!”, exclamó casi furioso el campesino.
-“Quizás le has quitado su esencia, no la dejas respirar, ser de verdad naturaleza. De esa naturaleza forman parte los insectos, y todas las plantas que existen.”
-“¿Qué debo hacer entonces?...¿Dejar crecer la maleza en el terreno?”.
“No”, - respondió de nuevo el viejo maestro, - “debes mirar en tu vida, lo que no haces bien, lo que no comprendes y entonces entenderás porque te ha ocurrido esto”.
- “No comprendo! ¿Qué tiene esto que ver con mi vida?”, - soltó despectivamente el campesino.
- “No comprendes que la naturaleza es tu propia naturaleza. Que lo que ves fuera, en el mundo de los fenómenos, es solo una proyección de tu propia forma de ser, de tu propia naturaleza. Has tratado de poner fuera, en la naturaleza tus miedos y deseos. Has cambiado el equilibrio de las cosas, solo porque algunas no te gustaban. Y no entiendes que todo forma parte de todo y tiene un propósito”.
El campesino se quedó pensando un rato, sin contestar. Al final exclamó:
- “Creo que ahora entiendo lo que quiere decirme. Reflexionaré sobre ello. Gracias Maestro.”
Comentarios