Emociones perturbadoras
Una de las cosas que más apreciaba era sin duda
las largas charlas con los maestros del monasterio, que en ocasiones se
extendían por horas enteras y siempre en un tono amable y con cierto misterio.
Se semejaba muchas veces a los cuentos que tantas veces he leído o había
contado en mis programas de radio en España. El no conocer por mi parte el
idioma chino, más que en sus expresiones más simples y cotidianas, en ocasiones
dificultaba esa comunicación verbal, pero por otro lado acentuaba el interés y
la agudeza mental, de modo que creo alcanzábamos entendimientos mucho más allá
de las meras palabras.
Conversar
con estos maestros era ciertamente enriquecedor en todos los sentidos.
Emociones perturbadoras…
Durante
una de mis muchas estancias allí, en el monasterio Shaolin, tuve una tarde una
profunda conversación con mi maestro. Ese día me sentía algo extraño y eso
produjo emociones y sentimientos que se vieron reflejados en mi entrenamiento,
cosa que el maestro enseguida observó, aunque no me dijo nada hasta esa tarde.
Sentados
sobre unos taburetes de granito, a la puerta de la entrada al recinto donde vivía,
junto a un sendero que discurría entre campos camino de un llano donde solíamos
entrenar, nos encontrábamos tomando una taza de té. La tarde era hermosa,
aunque en la lejanía de los picos de la montaña Shaoshi se empezaban a acumular
oscuros nubarrones.
Viéndome
tan pensativo, el maestro me preguntó porque me sentía hoy así.
Mi
respuesta, tras unos breves momentos, fue una pregunta, que traté de sintetizar
lo más posible dentro de mis conocimientos del idioma chino:
-“Maestro, ¿Por qué me pregunto hoy
incesantemente sobre el sentido de mi estancia aquí?”…
El maestro, tras mirarme fijamente un buen rato, comenzó a
decir, muy pausadamente: - “¿Te has preguntado de donde surgen esos
pensamientos?... ¿Cuál es el origen de los mismos?” – Su mirada era tranquila,
profunda, y expresaba una extraña quietud y armonía. Por un momento llegué a
pensar que sus palabras surgían de sus ojos y no de su voz.
“No lo sé con exactitud,
maestro. Es una extraña emoción que me surge de no sé muy bien donde. Medité
ayer noche sobre ello, pero es como si esas emociones hubieran hecho un nido en
mi mente y se hubieran quedado ahí…”
“Entiendo lo que me
dices… Pero tú sabes muy bien que solo tú las mantienes ahí. No es nada
externo. Déjalas ir… “
“Es importante ser muy claro
acerca de lo que queremos significar con la palabra emoción“ –continuó diciendo,
-“Nosotros utilizamos la palabra diariamente para describir algo que puede ser
identificado inmediatamente, una definitiva sensación en la mente que es tanto
una reacción como una fuerza impulsora. En Budismo sin embargo, como hablamos
el otro día, la emoción es mucho más que esto. Es un estado mental que empieza
en el instante en que la mente funciona de un modo dualista, mucho antes de que
la persona normal sea consciente de ello. Tú has despertado en algún sentido o ámbito
esa dualidad, que divide tu mente…”
“La emoción es el
aferramiento habitual que nos hace catalogar automáticamente nuestras
experiencias de acuerdo a si nuestro ego las encuentra atractivas (deseo), no
atractivas (enfado), o neutrales (ignorancia). Cuanto más aferramiento haya,
mas fuerte será nuestra reacción, hasta que alcancemos un punto donde
finalmente se rompa dentro de nuestra mente consciente y se manifieste como las
sensaciones obvias que normalmente llamamos emociones. Las reacciones
anteriormente citadas son calificadas como los tres venenos, a los cuales se
añaden aquellos de considerar nuestra propia experiencia como predominante (orgullo)
y juzgar nuestra propia posición en relación al objeto percibido (celos), para
dar en total los cinco venenos. La palabra veneno es utilizada porque estas
reacciones envenenan nuestra mente e impiden la aparición de su sabiduría
intrínseca”.
“Averigua qué pensamientos
has estado desarrollando para despertar esta emoción que sientes ahora, y
encontrarás la salida. Incluso puede que te des cuenta de que en realidad no
estás dentro de nada ni tienes que abandonar nada. Solo darte cuenta de las
cosas, de cómo son en realidad, sin caer en la dualidad en que se suelen
dividir”. … “No luches contra ello”.
Terminado de decir esto,
esbozó una amplia sonrisa, que le confería esa expresión de bonachón que tanto
le caracterizaba.
Escuché muy atentamente su
explicación, tratando de captar todo el sentido de lo que me decía; Tratando de
que nada se me quedara en el espacio sombrío de la incomprensión, de donde nacía
la ignorancia. Como tantas veces, había palabras que no comprendía de forma
aislada, pero que en su contexto de la frase o explicación, sí tenían sentido.
-“Muchas gracias Shifu, por
tan valiosas enseñanzas. Meditaré sobre ello”.
El maestro soltó una sonora
carcajada…
-“No hay de qué; Tu sabes
que yo no te enseño nada. Quizás solo te señalo algo que está perdido en tu
mente, que siempre ha estado ahí y no has sabido comprender aún.”…
Esta situación siempre me
fascinaba; Quería comprender el porqué, sin conocer el idioma en cuestión de
forma fluida, era capaz de entender lo que se me quería trasmitir. Era realmente
revelador y maravilloso constatar lo que los ancianos maestros siempre me habían
contado sobre la comunicación entre mentes despiertas. Las palabras eran solo
portadoras de emociones y sonidos, las que le daban cierta forma al
pensamiento, pero que éste y la comunicación, se producían a otros niveles
mucho más sutiles.
Y esto lo podemos comprobar
cuando alguien nos dice algo y esas palabras nos afectan de una forma u otra. Esas
palabras van cargadas de energía, de intención, y eso es lo que nos llega en
realidad. La forma de las palabras, su sentido semántico a veces puede
confundir, porque se presta a la interpretación, mientras que lo que se
transmite, es lo que es y así lo percibimos.
Si alguien nos insulta, esa
palabra va cargada de intención, de una fuerte emoción, que es en realidad la
que nos afecta (si nos dejamos afectar, claro) y nos duele. Y no importa en qué
idioma nos insulten, que seguramente enseguida nos daremos cuenta de que no son
palabras amables.
Esta conversación con el
maestro me impulsó a tratar de ponerlo todo sobre papel en cuanto llegué a mi
habitación. Aparte del gran agradecimiento que sentía por tan valiosas
enseñanzas, creía que debía plasmarlo sobre papel y compartirlo luego con
quienes sintieran también estas inquietudes espirituales.
Llegando a la aldea
Wenzhigou, unos oscuros nubarrones presagiaban una tormenta, que,
efectivamente, minutos más tarde comenzaron a descargar una ingente cantidad de
agua. La lluvia torrencial oscureció en apenas unos minutos todo el panorama
que siempre podía ver desde mi ventana. El cercano arroyo de montaña aumentó su
caudal hasta convertirse en un pequeño torrente. La tarde se había vuelto noche
y la tormenta descargaba con furia agua y relámpagos. Era una de las frecuentes
tormentas de verano que se presentaban de repente sobre la zona.
Se fue la luz en la aldea y
todo se sumió en la oscuridad. Pude encender el candil que tenía a mano y con
esa tenue y cálida luz me puse a escribir en mi libreta de notas (en realidad esto
mismo). Ocasionalmente me asomaba a la ventana y miraba por el cristal. Pero no
era solo una ventana abierta al paisaje de la montaña de Shaolin, sino una
ventana a mis pensamientos y emociones.
Me dejaba llevar por las
sensaciones que todo eso me proporcionaba; La lluvia golpeando en el cristal,
era la banda sonora de mis pensamientos. Por momentos los identificaba con
melancolía, nostalgia y cierta vaga tristeza, que no sé muy bien de donde surgía
ni porqué, y poco después el diálogo interior se convertía en discusión del
porqué de todo aquello. Hubo momentos en que me sentí solo, tremendamente solo,
tan alejado de todo y todos, inclusive de mí mismo, de mi vida cotidiana y mis
circunstancias habituales. Aquí todo era distinto.
Descubrí que eso era la
dualidad de la mente; La fuente de donde surgían los conflictos, primero con
uno mismo y luego con los demás…
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