Compromiso… respeto…. Lealtad…
Estas
palabras y algunas más que creo que pocos saben ya reconocer como una práctica
real, más allá de su sentido semántico, significan en cambio, un pilar
importantísimo en la enseñanza tradicional de una escuela de artes marciales.
Esto
es lo que, al menos en éste ámbito, debería ser, aunque ya también aquí, en las
escuelas, estas palabras y conceptos se van diluyendo poco a poco. La sociedad
de consumo, materialista en extremo, ha invadido también estos espacios diáfanos,
uniéndose en muchos casos al mercantilismo imperante en nuestra sociedad.
Así
nos encontramos que se hacen gestos representativos de esas acciones de la
mente; Se realizan saludos sin sentido y sin sentirlo. Se gestualizan emociones
y sentimientos como parte de un ritual tradicional que ni comprendemos ni nos
interesa en el fondo. Parece que todo esto es anacrónico; Que pertenece a un
pasado lejano. Y así vamos perdiendo
valores.
Observo
como los estudiantes más jóvenes de la escuela, llegan reiteradamente tarde a
las clases, sin que sus responsables –los progenitores- se inmuten lo más
mínimo. Pero en cambio ‘exigen’ que les enseñemos disciplina, respeto y
atención a sus vástagos. Llegan a las clases tarde, mal uniformados y en
ocasiones sin saber ni muy bien a donde vienen. Y tras un esfuerzo, se marchan
llenos de cierta alegría, de trabajo realizado, para encontrarse de nuevo
inmersos en situaciones donde los valores aprendidos durante unos minutos, se
pierden en la bruma de la ignorancia. Esas semillas que muchos profesores y
maestros implantamos en esa tierra, no puede dar frutos, ni apenas brotar del
suelo, pues en ese mundo exterior, no se valoran.
Y
en las clases de los más adultos, cada vez se ve con más frecuencia la falta de
atención en vestir el uniforme correcto o cuando menos completo. La tarea de
vestirse antes de la clase, del entrenamiento, que de alguna manera ya es una
preparación mental al mismo, se está relegando a un término casi
insignificante, nulo. Ya solo es llegar, cambiarse de ropa y entrar a la sala.
No existe ese espacio de tiempo previo, que puede y debe servir de reflexión,
de centrar nuestra mente en lo que vamos a hacer. El mero hecho de ajustarse
las calcetas, con sus cordones, a veces incómodos, ya supone centrar la mente
en algo concreto. Pero estamos poco a poco trasladando la desatención continua
y cotidiana, a las clases, donde paradójicamente tratamos de volver a
recuperarla. Un doble esfuerzo, en ocasiones hecho en vano.
Asistimos
a una cierta desidia generalizada, donde delegamos nuestras funciones y responsabilidades
en los demás, pero exigimos a cambio muchas cosas, sin haber puesto el esfuerzo
adecuado en ello. El compromiso –o
la falta del mismo- se ha convertido, además de en un mal hábito, en una
incoherencia absoluta entre lo que buscamos, queremos conseguir (y por lo tanto
manifestamos y pensamos) y lo que hacemos para conseguirlo, que muchas veces va
en direcciones opuestas.
El
compromiso debe ser siempre primero contigo mismo, con tus ideas, tus acciones
y la relación que existe entre ambas. Luego sin duda con tu entorno; Adquirir
un compromiso es algo inherente a la condición humana, al espíritu de
colaboración, de hacer que las cosas funcionen entre todos. Y hacerlo con tu
Maestro, con tu escuela o estilo, marcará tu progreso futuro. Ese compromiso te
envolverá como una seña de identidad que te une a lo que supuestamente te gusta
y por lo que estás ahí, entrenando y aprendiendo. La falta de compromiso denota
otra incoherencia de nuestra mente y corazón, que nos sitúa en un lugar poco
fiable frente a los demás.
Las
relaciones entre profesores y estudiantes, se quedan en meras relaciones
mercantiles, es decir; Pagamos por unos ‘servicios de enseñanza’ por días,
horas o meses y poco más. Poco se comprende de lo que hay detrás de esto. Pensamos
que pagamos por unas clases, igual que si lo hiciéramos por clases de aerobic o
pesas; Asisto a las clases y pago por ellas. No hay nada más.
En
las escuelas de Kung-fu tradicional, tratamos de formar a personas en cuerpo y
mente y eso no se queda en una mera palabra o frase bonita. El sentido profundo
de los conceptos filosóficos debe estar impregnado en cada acción y cada
palabra que salga del maestro. Y los estudiantes deben estar alerta para poder
captarlos, para nutrir así su espíritu y formar y re-educar su mente.
Mostrar
respeto por lo que hacemos, por
quien nos enseña y por lo que nos es enseñado, es una faceta que, al fin y al
cabo, acabaremos encontrando en la vida cotidiana de múltiples formas. La
sociedad, en el fondo se sustenta en las relaciones humanas y éstas han de ir
siempre envueltas en conceptos que son los que rigen las emociones personales.
Y una manera de aprender a usarlas, a manejarlas y moldearlas es precisamente a
través de la práctica marcial. Así es como se forma el ser humano. La fuente de
todo este proceso cognitivo es siempre la misma: la conciencia de uno mismo.
Pero
nada de todo ello es posible si no tenemos una práctica perseverante, con
profunda lealtad hacia nuestros
Maestros, hacia nuestros padres, amigos y compañeros. Lealtad a nosotros
mismos, a nuestros propios principios morales. Cuando nos engañamos
continuamente o lo hacemos con los demás, estamos perdiendo nuestra esencia
como ser humano. La lealtad y el respeto van unidos de la mano. Son, en el
fondo, la misma cosa. Es pues la lealtad un valor inconmensurable que debemos
cuidar al máximo.
Lealtad
a tu escuela y tu estilo, sin menospreciar el trabajo o forma de hacer de otros
estudiantes, Maestros y escuelas. Abandonar o despreciar las enseñanzas
recibidas, sean muchas o pocas, es de muy bajo nivel moral y de una
inconsciencia absoluta.
Resumiendo:
Tienes que adquirir el compromiso de respetar a tus semejantes, pasando por ti
mismo, y ser leal a ese concepto adquirido. Así crecerás como ser humano… Es
solo una cuestión de actitud adecuada.
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