Una experiencia mística
“Comencemos por desarrollar la comprensión
De las fuentes de felicidad más auténticas,
Para que a continuación sean el fundamento
De las prioridades de la existencia.”
Dalai Lama
Texto extraído del libro "El refugio del alma" de Shi Yan Jia (Pedro Estévez 2003)
... Finalmente, antes de abandonar el templo, y en cumplimiento de una promesa que me había hecho el año anterior, me dirigí al pabellón de Sakyamuni, el Buda de la misericordia. Se trata del pabellón más grande de los cinco que componen normalmente la estructura de edificios relevantes de cualquier templo budista. Delante de los escalones que llevaban a su entrada, había un gran incensario de metal, del que emanaba un abundante y perfumado humo, producto de la combustión de cientos de varillas de incienso, que los fieles colocaban en su interior.
A medida que me acercaba a la puerta, una gran tranquilidad me iba inundando. Mi mente se apartó de toda observación superficial, y entró, de alguna manera, antes que yo mismo en aquel templo de la paz y la serenidad. Quizás, incluso sentí que ya estaba allí, cuando entré... Apagué mi cámara de video y guardé la de fotos en el bolso, y entré en la gran sala. El ambiente era muy propicio para la reflexión y la tranquilidad, a pesar de que un flujo casi incesante de personas entraba en silencio para ofrecer sus respetos y elevar sus oraciones a Buda. Otros, turistas en su mayoría, observaban en silencio y con cierto grado de curiosidad, todo el escenario de estos ritos, de tintes claramente religiosos, algo de lo que personalmente siempre había huido. Tras una de las mesas frente al altar, había un viejo monje encargado de tocar una gran campana, cada vez que alguien depositaba un donativo en una gran urna de cristal. Dejé a un lado mi bolso, y deposité 10 Yuan en la ranura, cogiendo acto seguido tres varillas de incienso de las que había dispuestas sobre la mesa, y me dirigí frente a lo que podríamos definir como altar, donde hice las preceptivas reverencias, antes de arrodillarme delante del gran Buda de apacible rostro, que parecía abarcar todo el lugar con su amplia y bondadosa sonrisa. Una sonrisa fina, tranquila, quizás algo burlona, pero delatora de una profunda
Cerré momentáneamente los ojos, aunque no sé cuanto tiempo los mantuve así. Una extraña sensación de paz y una no menos intensa emoción recorrió todo mi ser. Repentinamente, el mundo entero desapareció a mi alrededor. La gente dejó de existir. El tiempo se hizo indefinible y perdió su relativa importancia, como en un reloj sin manecillas. La luz se tornó tenue y cálida. Sentí una gran satisfacción interior; algo que no se puede explicar con palabras, que a todas luces limitarían y distorsionarían esta experiencia, para mi tan mística e íntimamente personal. Las palabras son nocivas para el sentido místico y espiritual de las cosas. Todo tiende a cambiar, a estar sustancialmente limitado cuando las expresamos, y entonces nos parece todo deformado, inexplicable. Un poco menos auténtico.
“Reflexionemos sobre lo que tiene de verdad un valor,
Sobre lo que da un profundo sentido a nuestra vida,
Y ordenemos nuestras prioridades en consecuencia”.
Dalai Lama
Yo pude sentir que Buda había tocado mi corazón, que algo había despertado en lo más profundo de mi ser. Muchas cosas pasaron por mi mente. Y muchas personas queridas surgieron como luces en mi corazón. Era como si estuvieran conmigo en ese preciso momento..... Mis pensamientos y sentimientos, se unieron en una especie de plegaria sin palabras, que elevé hacia Buda. Por mi compañera Toñi, por nuestro querido hijo, que perdimos hacía apenas unos meses, y por todas aquellas personas que significaban algo para mí.
No se el tiempo que duró ese afloramiento de mi estado interior, posiblemente pocos minutos, pero alcancé a sentir una gran paz interior. Una intensa luz que me llenaba el alma. Fue como si de repente, mi corazón se abriese de par en par; Como si mi cerebro y mente surgieran precisa y claramente de ese lugar. Y sentí como si un fuego prendiese en mi corazón la llama de un sentimiento del amor más íntimo y la veneración más humilde. Quizás por primera vez en mi vida, había sentido que Buda era mucho más que una palabra, o una simple figura de madera, o un camino de vida filosófico, como yo lo percibía más cercano hasta ahora. Pero era algo que iba mucho más allá del sentido puramente religioso. Se había despertado en mí, no sé por que extraña razón, el sentido más profundo de lo que significaba ser budista. Fue como encontrar la razón por la que,
El anciano monje me miraba complacido y con una amplia sonrisa me dijo “amithabbha”, a lo que yo respondí con gratitud haciendo una leve pero sentida reverencia, mientras algunas lágrimas, surgidas del fondo de mi alma, se escapaban mejillas abajo, sin que yo quisiera o pudiera evitarlo. ¿Qué me había ocurrido?....
La naturaleza pura del espíritu,
- vacuidad, lucidez e inteligencia ilimitada -
Ya están en nosotros desde siempre.
En esos momentos, no deseaba compartir con ninguno del grupo esta experiencia, este estado de éxtasis, por lo que no les comenté nada al respecto. Me dediqué, en cambio, a pasear con gozo por los diferentes recintos del templo. Esto, quizás fue una pura expresión de egoísmo. En cualquier caso, las experiencias son intransferibles, y poco o nada iba a comprender quien no las ha vivido, o para quien este tipo de experiencia interior, sean creyentes o no, no tiene valor alguno. Esto, a pesar de todo, era una semilla de la controversia, pues en el fondo me hubiese gustado poder compartir esa alegría y felicidad que sentía, pero no estaba con la gente adecuada.
Me encontré a mi amiga Yan bajando unas escaleras, y debió notarme algo, ya que con su peculiar y gracioso acento, me dijo: “Wang Xu, tu está muy contento. ¿Qué ha pasado?...”.
- “Es que he visto a Buda!”, fue mi escueta respuesta, pero que encerraba toda la verdad de la extraordinaria experiencia vivida.
Wang Xu (Pedro Estévez Gil / Shi Yan Jia)
Año 2001 - Monasterio Shaolin Si
Songshan - Henan - China
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