Tras las puertas del monasterio


Tras las puertas de Shaolin…

Respiré profundamente. El intenso aroma del incienso, de alguna manera embriagaba los sentidos y me recordaba las explicaciones que el Maestro me había dado acerca de las prácticas devocionales budistas. Durante la meditación de esa mañana, habían acudido a mi mente muchos recuerdos, muchas imágenes de tiempos pasados, tanto propios como ajenos.

Abrí los ojos y simplemente dejé que mi vista vagara por la amplia sala de meditación del monasterio. Quería llenarme de cada detalle de lo que percibía; de las paredes, de las imágenes del Buda, de la representación de Guanyin, de los cojines, de los demás monjes sentados en profunda meditación, de los que ya se estaban levantando.

Hice lo propio, tras estirarme en todas las direcciones. Las articulaciones, tras cuarenta minutos de meditación se habían resentido, aunque ciertamente ya no era como los primeros días, hacía más de un mes atrás, cuando el dolor era mucho más intenso. Siempre, tras las sesiones de meditación, sobretodo las de la mañana, me sentía eufórico, con una visión muy clara de mi mente.

Salí de la sala en dirección a la habitación del Maestro Yan Ao, que ese día no había participado en la meditación. Apenas hacía algunos minutos que había abierto las puertas del monasterio a los turistas, aunque aun no había absolutamente nadie en sus recintos. Era una extraña sensación de paz y tranquilidad la que se podía percibir en esos momentos, solo igualable a la que se producía por la tarde, tras el cierre de sus puertas a los miles de turistas. Subí las escaleras de granito, recientemente reformadas, dirigiéndome a la pequeña puerta que daba acceso a la parte vetada a los turistas y en la que se encontraban los dormitorios y lugares de entrenamiento de los monjes. Algunos años atrás, esa puerta servía de taquilla para aquellos que querían ver una exhibición que los monjes realizaban en una gran nave anexa al monasterio. Ahora no permitían el paso a personas ajenas al monasterio. En ese momento no había nadie vigilando la puerta. Subí la cuesta empedrada del camino hacia las habitaciones privadas de los monjes, situadas en tres edificios de piedra gris, también en parte reformados. El pasillo del edificio estaba oscuro, apenas iluminado con una débil bombilla, pero que era suficiente para dar con la puerta de la habitación del maestro.

Justo cuando iba a llamar, la puerta se abrió y el maestro me invitó a entrar y sentarme. También se encontraba otro monje, cuyo nombre no me acuerdo, pero que había visto antes en videos, y que me recordaba a mi anterior maestro, Shi De Chao. El maestro me invitó a una taza de té, y mientras la saboreábamos, charlamos acerca de su posible venida a España.

Al poco rato salimos fuera, enfilando el pequeño camino que bordea el monasterio, para dirigirnos a una explanada situada a espaldas del mismo, donde habitualmente solíamos entrenar, fuera de la vista curiosa de los cientos de miles de turistas que visitaban a diario el monasterio. Y ahí pasábamos varias horas cada día, trabajando formas tradicionales, repasando detalles de cada técnica, las aplicaciones y el consiguiente trabajo interior del Nei-Gong.

Hace ya más de 12 años que visité este lugar mítico por primera vez y, desde entonces todo ha cambiado, tanto interna como externamente. El monasterio Shaolin sigue siendo el mismo, pero todo es distinto. Antaño, recuerdo que en sus recintos había incluso tiendas y el desorden era latente y muy poco espiritual a primera vista. En sus alrededores, montones de restaurantes ruidosos y mugrientos, decenas de tiendas, casas, bares y más tiendas de artículos de recuerdo relacionados con Shaolin. Altavoces vociferando no se que consignas, un gentío que con el tiempo no ha menguado en absoluto, cientos de puestos de venta de baratijas, ropa y armas. Mucha suciedad por doquier y los consiguientes olores se colaban insistentemente en tus fosas nasales. Todo conformaba una imagen algo exótica, muy alejada de la que muchos ilusos turistas marciales iban buscando en ese mítico lugar.

Pero mi primera impresión de ese lugar en aquella primera visita, no fue la de la negatividad que pueda deducirse de lo descrito antes. La ilusión de poder estar ahí, un sueño hecho realidad, me arropó con tanta fuerza que lo externo dejó de tener importancia. Y así, de alguna forma logré contactar con lo espiritual que existía en el monasterio, a pesar de todo, a pesar de esa imagen negativa e impactante que daba a primera vista.

Luego, con el paso de los años y la importante reforma que emprendió el actual abad y que dio un cambio radical a Shaolin y su imagen al exterior, la cosa ha cambiado mucho. En aquellos tiempos – y hablo del año 2.002 – hubo incluso revueltas de los habitantes de los alrededores, que fueron “expulsados” de sus casas y negocios. Esto sirvió para que en su momento, la prensa extranjera se hiciera eco de la noticia, pero claro, tergiversando los hechos y presentándolo como una atrocidad más del gobierno comunista chino. La realidad es que todos fueron trasladados a una zona de reciente construcción en la cercana ciudad de Dengfeng. Obviamente, no es del agrado de nadie que te trasladen forzosamente de lugar.

Desde esas fechas, todo ha ido evolucionando de una manera vertiginosa. Shaolin ha ido adquiriendo fama y notoriedad por todo el mundo y eso se ha dejado notar también entre sus muros. Curiosamente, se ha optado por regresar a las raíces tradicionales en casi todos los sentidos, si hablamos de los aspectos relacionados con el Kung-fu y las prácticas budistas.

Si bien nos podría chocar la imagen de un restaurante vegetariano a las puertas del monasterio, al más puro estilo de las multinacionales occidentales, no debemos dejarnos cegar por ello. Dentro, hay verdadera esencia, solo que es necesario saber ver, alejándose de los tópicos, muchas veces creados por occidente y luego fomentado por los propios monjes en su momento. Las tiendas de recuerdos y la farmacia son aspectos renovados de lo que había antaño ahí, solo que con tecnología de nuestros días. Y por cierto, la comida en ese restaurante, es francamente deliciosa.

Cuando paseo con el maestro Yan Ao por los patios, conversando sobre distintas cosas, siempre interesantes, me siento extrañamente envuelto en una profunda sensación de paz; Una sensación de sentirme en casa, donde nada me es ajeno, como si perteneciera a este lugar. Los demás maestros y monjes ya me conocen y no les llama mucho la atención, como antaño. Ahora algunos se detienen a saludarme y a charlar ocasionalmente con nosotros. El Maestro Yan Ao me presenta siempre como un maestro y al mismo tiempo discípulo suyo, y lo hace con cierto orgullo.

Hoy nos dirigimos a un pequeño restaurante que hay en la aldea cercana a Shaolin, subiendo el curso de un pequeño arroyo. Durante todo el camino, que dura unos veinte minutos paseando, escuchamos el canto de los pájaros y chicharras, mezclado con el murmullo del agua del arroyo. Es toda una experiencia fascinante, que ilumina todos los sentidos. No tenemos prisa, solo disfrutar del momento.

El maestro ya quedado con varios antiguos alumnos suyos y unos amigos, que han venido a visitarlo desde Hongkong. El encuentro es muy emotivo, cargado de respeto, admiración y alegría. Para mi sorpresa, se trata de dos mujeres y un chico, que estudiaron Qi-gong con el maestro hace algunos años. Tras las presentaciones nos sentamos los 8 a la mesa donde rápidamente comienzan a llegar los deliciosos platos de comida china tradicional. El almuerzo se desarrolla con cordialidad, aunque me siento el centro de atención, pues todos quieren saber cosas de mí; Del porqué estoy allí, de porqué soy monje, del porqué conozco tradiciones chinas, y muchos porqués más. Es la curiosidad innata de los chinos. Todo sobre mi les parece sorpresivo y el maestro Yan Ao se ríe con ganas.

Tras el almuerzo, llega el té y el maestro me invita a que les muestre a sus antiguos discípulos lo que he estado aprendiendo con él durante el último mes. Entiendo lo importante que esto es para él, así que sin dudarlo me levanto y realizo la forma de Xinyiba quan que me ha enseñado, allí mismo, en un lado de la pequeña sala. Todos aplauden entusiasmados. El maestro esta satisfecho con mi demostración y yo me siento también contento por estar ahí y poder compartir estos momentos. Luego, toca el turno al chico que hizo una demostración del Tongbeiquan, y una de las mujeres que hizo el Baduanjing. Todos aplaudíamos las actuaciones y nos sentíamos eufóricos y felices.

Cuando nos despedimos y nos marchamos, también caminando tranquilamente hacia el monasterio, conversamos sobre lo que sus amigos habían comentado sobre mí…

Estos momentos, formaban parte de la esencia de este lugar, porque eran experiencias valiosas que te enseñaban cosas del corazón… y te abrían los ojos a la realidad de Shaolin…

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